FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
En el año 1786, poco antes de la muerte del rey Carlos III, el rector Vicente Blasco García introdujo interesantes cambios en los planes de estudio de la Universidad de Valencia. Según los estudiosos que han analizado su figura, el prestigioso teólogo, que había sido nombrado para el cargo dos años antes, propuso una serie de transformaciones que venían a conectar, y a completar, la renovación científica que durante todo el siglo anterior había protagonizado la generación de los llamados Novatores. Blasco, dado su prestigio, logró algo excepcional: ser nombrado en 1787 rector vitalicio, lo que le permitió estar al frente de la institución de la calle de la Nave hasta su muerte, en 1813.
Durante los casi treinta años de su mandato, la Universidad de Valencia, abierta ahora a los conocimientos astronómicos que iban llegando al mundo científico de la mano de Isaac Newton, concibió el propósito de dotarse de un observatorio astronómico. La idea empezó a desarrollarse en 1788, como secuela del nacimiento de un laboratorio de Química. Y en 1790 se concretó con un proyecto de emplazamiento en lo que se llamaba Casa Rectoral, situada con bastante aproximación donde está ahora, precisamente, la fuente de la plaza del Patriarca y el monumento que rinde homenaje al propio rector Blasco. Pero como el desarrollo se fue complicando, a causa de la falta de presupuestos, parece que el rector se inclinó por situar las dos instalaciones –Laboratorio Químico y Observatorio– en el Colegio de Santo Tomás de Villanueva, situado a pocos metros del edificio de La Nau, en la acera de enfrente de la calle actualmente llamada de Salvá. Las consultas que hizo el rector, disponibles en el archivo universitario, estuvieron dirigidas al responsable de la construcción del Observatorio Real de Madrid, Ximénez Coronado.
Las obras se realizaron en 1791 y el Observatorio, como era natural, fue ubicado en la terraza, con buenos ventanales. Los primeros instrumentos de observación que la Universidad tuvo eran propiedad de Josep Pérez, el encargado de custodiar y mantener los aparatos. Los datos disponibles señalan que era un “telescopio refractor de veinticuatro palmos de longitud” y luego un reflector dotado de un foco de tres pies, materiales que estaban ya en la ciudad cuando las obras se iniciaron.
Pero las obras para la definitiva instalación en la casa rectoral nunca llegaron a ser realidad. Se demoraron los permisos, cambiaron los gobiernos, se complicó la vida política española y el proyecto quedó paralizado. La Revolución Francesa, de 1789, fue origen de guerras e inestabilidad en toda Europa, hasta final de siglo. La ubicación provisional del Observatorio en el Colegio de Santo Tomás fue la única que, poco activa y sin un aparente desarrollo académico, entró en el nuevo siglo, en el que muy pronto se habría de producirla Guerra de la Independencia.
No obstante, en el “Diario de Valencia”, la primera publicación periódica de la ciudad, se puede localizar, entre los años 1805 y 1808, la presencia, en su portada, de una serie de datos diarios sobre astronomía y meteorología que, con toda probabilidad, provenían del Observatorio universitario o de alguien vinculado a él. El Diario no dice de dónde procede la información, que tampoco va firmada ni lleva atribución; pero es fácil conjeturar que se preparaba en un medio bien informado que sin duda es el universitario.
Los datos son sencillos y, en lo astronómico, se limitan a la hora de salida y puesta del Sol y de la Luna y a situar al satélite en sus fases y posición del Zodíaco. En lo meteorológico, los datos se publican con referencia a “anteayer”, y se refieren a las observaciones que a las 7 de la mañana, la una de la tarde y las seis de la tarde se hacen sobre temperatura, presión atmosférica, humedad, viento y estado de la atmosfera. Cuando se produce, se da noticia también de la formación de nubes o tempestades, con indicación de la lluvia caída, en “líneas de agua”, y si ha caído granizo.
Esta información, que reclama de la presencia de profesionales dotados de un instrumental de cierta solvencia, estuvo presente en las páginas del periódico desde 1805 y cesó cuando, en mayo de 1808, se produjeron en Madrid los primeros sucesos bélicos, con su rápido contagio en Valencia: el “Crit del Pallater” se produjo el 23 de mayo de 1808. Volcado el periódico en los asuntos de la guerra, sus páginas se llenaron de avisos y proclamas patrióticas que reclamaron todo el espacio disponible. Pero también nos indica que la anormalidad ha llegado a quienes se ocupaban de meteorología y astronomía: la ciudad sufrió el asedio francés en junio de 1808 y en marzo de 1810, en ambos casos con una denodada resistencia, una dura batalla y rechazo final de las tropas francesas.
Dislocada la vida de la ciudad, y con ella la vida académica, la idea del Observatorio quedó sin duda olvidada en 1808. El Colegio de Santo Tomás de Villanueva fue destinado a otros usos, incluido el de almacén de armas y municiones, en una ciudad que se ocupó de fortificarse y luchar, en un momento en que tuvo que derribar el Palacio Real. La propia Universidad sufrió los efectos devastadores de la guerra durante el bombardeo de la ciudad de enero de 1812, a cargo de las tropas del mariscal Suchet, que finalmente ocupó Valencia. La normalidad tardaría años en regresar a la ciudad y a su vieja Universidad. Durante todo el resto del siglo XIX, la institución no volvió a tener Observatorio Astronómico ni telescopios en uso. El “Diario de Valencia”, que había nacido en 1795 y dejó de publicarse en 1833, ya no volvió a publicar datos astronómicos o meteorológicos.
Fuente: https://fppuche.wordpress.com/