ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓ
Hace unas semanas un buen amigo me comentó por wasap —porque a causa del confinamiento y de la pandemia no podíamos salir de casa— que había comprado un excelente vehículo, de segunda mano, por un precio muy asequible para el gran prestigio de la marca, las condiciones del motor, el estado de carrocería e interior y, sobre todo, la escasez de kilometraje. Pletórico de satisfacción, me envió algunas fotos del coche, para presumir, legítimamente, de su adquisición.
—Chico, la ocasión la pintan calva, —me dijo— y había que aprovecharla. —Bien hiciste, le respondí yo llevándome al cacumen la frase que acababa de decir, bastante empleada pero de procedencia poco conocida.
En el histórico tiempo de la civilización helénica, había una diosa, cuya iconografía se atribuía al gran Fidias, conocida como Ocasión u Oportunidad. Se la representaba como una mujer hermosa, vestida con clámide y con la nuca rapada, frente a una abundancia de cabello en el frontal y el inicio de los parietales. Sus atributos eran las alas en los talones, una rueda y un cuchillo en la mano. Las alas y la rueda, evidentemente, hacían referencia a la velocidad y el cuchillo al tajo. En Google podemos encontrar no pocas estampas de esta deidad caprichosa.
Pues bien, si unimos toda esta información, podemos cuajar una historia fabulosa como todas las de la mitología. La Ocasión pasaba velozmente por delante de algún afortunado que, si quería aprovechar su providencia, tenía que agarrarla frontalmente de los pelos. Difícil empeño, pues debía hacerse en el mismísimo instante de tenerla enfrente, ya que ausencia de su cabello en la nuca, a causa de su calvicie, hacía imposible asirla por detrás y eso si la diosa no hacía uso de su cuchillo y rajaba su melena, dejando al interesado con un palmo de narices y el mechón en la mano. Mi amigo, sin duda, tuvo suerte.