FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Se casaron un 2 de mayo de 1970 y hoy, como suele decirse, celebrarán sus Bodas de Oro “en la intimidad”. O sea a puerta cerrada, encerraditos en su casa como otros miles y miles de españoles. Pepe y Carmina, Mari Carmen Belloch y José Ignacio Pérez, van a cumplir hoy cincuenta años de casados y mañana cincuenta días de confinamiento.
Nos conocemos desde siempre. O sea de familia. Mi primo y yo salíamos juntos a ver fallas en los cincuenta y disfrutamos juntos de cien tardes de sesión continua en salas tan respetables como el Versalles, el Turia y el Español. El Cinemascope lo inventamos nosotros. Un poco más tarde, Pepe y yo nos buscamos novia casi a la vez. Eran los tiempos de Los Milos y Bruno Lomas, de Paul Anka y aquel Adamo de “Mis manos en tu cintura” con pocas luces en aquella planta baja dominical.
Yo me casé en septiembre de 1969 y Pepe, como queda dicho, el 2 de mayo de 1970. En la capilla del Santo Cáliz, en una ceremonia entrañable, se dieron cita muchos invitados, entre lágrimas de los padres, emoción de las amigas, arroz, ramos blancos y todo lo demás. Nos casábamos muy jóvenes, casi deprisa; muy espoleados de prohibiciones y horarios. Lo de Serrat y “el vint anys” parecía escrito especialmente para nosotros. Y es que en realidad íbamos de modernos pero éramos gente de lo más responsable porque queríamos tener una familia y, si se podía, ser algo en un trabajo respetable.
Pepe había estudiado en dos universidades laborales y yo me quedé en Valencia. Pepe se fue a trabajar a la Hidrola de Alicante y yo me quedé en Valencia. Pero la Navidad y la Pascua, las escapadas y el verano, propiciaban encuentros de mucha mayor intensidad porque eran siempre cortos. El Seiscientos, o aquel inolvidable “Dauphine” que en los sesenta nos llevaban al Saler y a Líria y poco más, propiciaron luego inolvidables rutas por el Pirineo y Castilla, de avería en avería, de románico a gótico, de chuletas a besugo, qué te voy a contar…
“Esta noche no cenamos”, nos prometíamos cada tarde. Pero terminábamos por cenar, más que nada por no hacerle un feo al esfuerzo nacional de promoción del turismo. De aquel viaje en que los cuatro vimos las auténticas cuevas de Altamira con su cartel de “recién pintado” conservo una factura de Santillana del Mar: una comida para cuatro costó 654 pesetas.
Carmina quería que hicieran carreteras especiales en las que no hubiera camiones; pero las autopistas aún tardaron en llegar. Cuando las hicieron era más fácil ir de Alicante a Valencia; pero entonces ya teníamos niños, estaban los colegios, el trabajo se complicaba, llegaron nuevas responsabilidades que obligaban a que los encuentros se espaciaran. Como en un acordeón, nos hemos distanciado más o menos, según las épocas; pero nunca hemos dejado de sonar bien en los momentos del reencuentro, por escasos y fugaces que fueran. Cada pareja tuvo su colonia de amigos en Valencia o Alicante, pero cuando llegaban los Reyes, cuando la Navidad propiciaba el reencuentro, todo volvía siempre a funcionar.
Años y leguas. Kilómetros, bautizos, excursiones, playas, restaurantes, libros, paseos, confidencias, intimidad… Padres que se nos esfuman en la niebla e hijos que nos crecen sin permiso. Hay familias compuestas a base de amigos, y amigos que son de la familia. E incluso hay familias que se refuerzan con bodas de familia, un asunto que sería ya muy largo de explicar. O no, porque todo es tan sencillo como la vida misma, como esa rueda que gira en medio del tiempo –abuelos, padres, nietos…– y vuelve a empezar.
Cuando te das cuenta, ya te han jubilado. Cuando vienes a echar la vista atrás, tienes nietos. O eres miembro de lo que ahora se llama, qué delicadeza, “población de riesgo”. Por eso mismo, estas Bodas de Oro se han quedado paradas de momento, sin misa ni cóctel, sin el viaje a Pedraza que habíamos estado planeando como culminación de las Bodas de Oro.
Pero todo pasará. Saldremos a la calle sin licencia y podremos abrazarnos con muchas palmadas en la espalda, como siempre hicimos. Pepe y Carmina, cincuenta años casados; cincuenta años de amor, familia, afecto y amistad. Unas Bodas de Oro a puerta cerrada y corazón abierto.
Fuente: https://fppuche.wordpress.com/