FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Redoble de tambor para enmarcar un homenaje. Música brillante para un producto heroico., Vamos a hablar ahora del rollo de papel higiénico más popular, el que prestó grandes servicios en la dura España de la posguerra. Que fue uno sin marca que llevaba un elefante rojo pintado en un celofán de envoltura que decía simplemente “400 Hojas”. Es una gran curiosidad: nunca ha existido el papel higiénico de marca Elefante. Y nadie saber decir por qué, le pusieron pintado ese animal que el público identificó hasta llamar así al producto.
Los setentones que hemos conocido los rectángulos de periódico pinchados en un clavo sabemos que el espartano rollo de papel marrón no era tan fácil de comprar en algunas casas; y sabemos también que fue una bendición por más que se diga que era muy áspero y hagamos chistes fáciles sobre él. Lo fabricaba Papelera Española y era fruto de aquel tiempo de autarquía y carencia de todo; si era malo, era tan malo como el papel que los periódicos usaban, suministrado a todos por la misma Papelera Española oficial. Aunque para la prensa lo había de dos clases: el destinado a “Las Provincias” y otros periódicos privados, era el de baja calidad; el de los periódicos oficiales del Movimiento eran mucho más bueno. Hojear un periódico de la época invita a entender un mundo industrialmente pobre y cerrado: aquello se obtenía reciclando trapos y otros detritus; en las páginas del periódico se adivina la carestía y la miseria.
Pero los rollos del Elefante se han elevado como un referente en nuestra cultura y un recuerdo de la posguerra. Sin embargo, antes de ellos también hubo papel higiénico, fabricado con calidad y buen gusto. La gran innovación fue cosa de un empresario de Nueva York, Joseph Gayetti, que hacia 1857, cuando en Valencia aun teníamos las murallas, fabricó un papel sedoso y razonable que muy suave, pero muy caro cuando llegó a España, unos 30 años después. Hacia 1885, según algunos anuncios, venía preparado en hojas apiladas en cajitas. Le llamaban papel de toilette y en algunos reclamos directamente “toilet paper”. Cobraban seis reales, 1’50 pesetas, por una caja de mil hojas que se anunciaba en muchos periódicos. La publicidad, el estilo del producto lleva a pensar que era de uso hogareño y principalmente femenino.
Lo del rollo fue un poquito después y llegó también de las Américas, donde se patentó, en 1891, la idea de hacer perforaciones de corte para dispensar una ración con facilidad. Todo lo nuevo se hizo presente entre las novedades de las exposiciones universales de París. Eso significa que unos años después empezó a llegar a España: en la publicidad nos lo encontramos en 1907, ligado a algo tan consumista y elegante como el portarrollos, que se podía atornillar a la pared y sujetaba un elemental dispensador con corte de hoja. La ferretería El Toro, de la calle de Flassaders, lo vendió a 35 céntimos. Y lo asoció a otro término inglés, el “water closet”, del que hablaremos en su momento, artilugio que había pasado a nombrar una estancia retirada de las casas más elegantes.
Con todo, la popularización del papel fino y suave, de dos capas, tuvo que esperar mucho: al desarrollo que llegaría después de la guerra mundial. En Estados Unidos, un fabricante adquirió enorme popularidad, e incluso un homenaje oficial, porque desarrolló un paquete higiénico que los soldados de la II Guerra Mundial llevaban en su equipo. Porque, como en todas las guerras, la falta de limpieza mataba tanto o más que las balas enemigas. Después de la guerra, cuando la economía empezó a repuntar, se fue extendiendo en América y Europa el papel de dos capas, barato y de buena calidad, que hoy disfrutamos.
A España, la posguerra le reservó el Elefante. Pero también los europeos pasaron años usando espartanos rollos de papel áspero. En eso, como en todo, ya sabemos que la clase obrera del mundo ha sufrido mucho…
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