FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
En 1829, el diario “El Correo” de Madrid informó de que “los señores Ampion, Bordalonga, Calvet, Tabuenca y Miquel han establecido en Valencia cinco nuevas fábricas de hilado de seda, y han puesto en uso en ellas el ventajoso y económico método de calentar el agua de las calderas o perolas por medio del vapor, lo que al paso que evita a los operarios la incomodidad del calor del fuego, precave del humo y polvo que despedían las hornillas, lo cual causaba un daño irreparable a la seda”. El periódico, que cada día dedicaba una sección al progreso de la industria y el comercio, escribió que “desearíamos que el método de calentar el agua por medio del vapor se generalizase”.
Pero seguía siendo agua calentada y poco más… Hasta que llegó la gran innovación: una industria textil llamada la Batifora. En el polideportivo de Patraix tenemos la casa donde se hizo el milagro industrial; y si no los han quitado, hay unos paneles que lo recuerdan. En ese edificio, el joven empresario Santiago Dupuy de Lome, que poco antes había ganado un pleito sobre la propiedad de una fábrica textil de nombre la Batifora, aplicó la primera de vapor conocida en Valencia que, además de calentar agua, aplicó fuerza a todos los ejes, poleas y mecanismos que movieron un moderno taller de hilatura. En una carta dirigida a los Amigos del País informaba e invitaba a comprobar los avances: “Una gran mejora –decía—he introducido en la fábrica llamada de Batifora. Ya estamos hilando desde junio en 80 perolas calentadas por el vapor de una máquina (bomba de fuego), que al mismo tiempo da movimiento a las correspondientes ruedas o tornos de torcer, y que tienen fuerza para llenar el servicio de 400 perolas”.
Era octubre de 1837. Los sesudos comisionados por la Económica fueron de visita y, en efecto, certificaron los avances conseguidos a través de un extenso informe, que se conserva. “La comisión que hemos tenido el honor de ser nombrada para visitar la fábrica llamada de Batifora, a invitación del dueño de la misma don Santiago Dupuy de Lome, ha verificado su encargo y pasa a manifestar a V.I. el resultado de sus observaciones, y de los datos que ha tomado al pie de aquellos”, dice el documento, dedicado a “la máquina de vapor establecida últimamente para dar movimiento a todos los trabajos de la fábrica”. “Esta máquina –dice el memorándum—lo es de alta presión, construida en París el pasado año 1836 por Farcot y según sistema de Maudslay con algunas ligeras variaciones”.
Era lo último que se estaba construyendo en Paris y Londres. Y de lo primera que se instaló en España. A la hora de valorar los méritos de la instalación la comisión escribió al presidente de la Económica: “El señor Dupuy dice en su escrito que su máquina es la primera de alta presión establecida en nuestro país; y la comisión, en efecto, no tiene noticia de ninguna otra, exceptuando las de algunos de los barcos de vapor que de poco tiempo a esta parte surcan los mares de nuestra Península”. Era una caldera que “no tiene más que un cilindro. Este cilindro es vertical. No tiene balancín arreglándose el curso del émbolo en la dirección dicha por dos poleas que se mueven en bastidores colocados simétricamente respecto del cilindro. Tiene un moderador que arregla la entrada del vapor en el cilindro. El diámetro de este es de 14 pulgadas: la longitud del curso del émbolo de 37 y el número de golpes por minuto 70. Estos datos han permitido a la comisión calcular la presión del vapor en la caldera aproximadamente en 22 libras castellanas por pulgada cuadrada: la velocidad del émbolo en 370 pies por minuto”.
En resumen, una maravilla: “De todo esto resulta, respecto del dueño, que los gastos que la máquina le economiza, y la ganancia que le proporciona, le compensa bien pronto las cantidades invertidas en su plantificación y conservación; y respecto de la fabricación, que una seda trabajada con tanta igualdad de calor y movimiento conserva toda la limpieza y brillo que en vano se procuraría obtener por otro procedimiento, y que unida esta circunstancia al natural nervio de la seda de nuestro país la harán, continuando el sistema de mojado que ha establecido el Sr. Dupuy, la primera seda de Europa. Las madejas que este Sr. ha puesto a disposición de la comisión para presentar a V.E. y los baúles que en su fábrica conserva atestados con cerca de dos mil libras de seda de la misma calidad, digno premio de sus desvelos, son las mejores garantías de los asertos de esta comisión”.
Hicieron socio de mérito a Dupuy, como se hacía con todo el que anualmente traía avances a las artes, la industria y el comercio de Valencia. Y le dieron la medalla de oro de primera clase. Desde junio de 1837, una máquina comprada en París el año anterior cambió la industria textil valenciana a mejor. Como recuerdo nos quedan unas naves que albergan gimnasios y piscina. Desde entonces, las chimeneas humeantes se convertirían en el símbolo de una Valencia industrial en progreso.
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