FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Así me gusta, sin prisa alguna. Es probable que haya sectores de la economía que sufran un poco más, que haya más gente que se sienta incómoda; pero presentarse ahora como una región prudente es la mejor garantía, el mejor ejemplo posible en medio del caótico concurso de prisas, trampas, angustias y zancadillas políticas en que se ha convertido el hipódromo de las autonomías españolas en dos meses. Esperar una semana más, o el tiempo que sea, es seguir dando al gobierno de Pedro Sánchez una manija que seguramente no se merece; pero es también, o a mí me lo parece, una forma medianamente coherente de lograr que España siga pareciendo un lugar del mundo medianamente presentable.
Los más asustadizos, yo mismo, nos dejamos engañar. Antes roja que rota. Pero ante la amenaza de un batiburrillo en el que se interfieren diecisiete caos en competición abierta por el aniquilamiento, he estado pensando que prefiero ese caos único y asimétrico que ofrece el Gobierno: es el desastre conocido desde el principio, la genuina incoherencia del otoño pasado. Cuando chocan socialistas y podemitas a costa de la reforma laboral, cuando dentro del propio socialismo vemos que el gabinete tira para un lado y el grupo parlamentario está en otra onda, lo entendemos sin pestañear porque habíamos generado anticuerpos.
Prorrogar esa situación excepcional del estado de alarma es probable que no sea jurídicamente saludable. Pero es reconfortante en tanto que parece que aleja del precipicio. Nos retrasará un poquito, siquiera sea una semana, de lo que da miedo de verdad, que es la ola de frivolidad que cabe esperar y temer de los gobernantes regionales, provinciales y locales. Y de esa parte frívola del público en general que se ha tomado esto como una competición y ha vuelto a los corros cerveceros de las terrazas como si tal cosa.
La economía está muy-muy grave, lo sabemos todos. Pero nos consolamos con la ‘cervecita’ y las playas con doble carril hasta el agua. Nunca vamos a saber -en España nunca se sabe- ni el número de contagiados ni el de víctimas. Nunca vamos a conocer si el daño económico es por el confinamiento prolongado o por la prolongada ausencia de un gobierno de concentración capaz de inspirar confianza. Así las cosas, vamos a un verano de playas parceladas y enfermizas ganas de tomar el baño. El verano del botijo llama a la puerta: la mecedora vuelve a ser patrimonio de la humanidad y el modesto botijo con cazalla está siendo exhumado en esas visitas de preparación de la casa del pueblo. ¿Era aquí donde la abuela se ponía a la sombra?
Fuente: https://www.lasprovincias.es