DOMINGO, 3 DE MAYO. QUINCUAGÉSIMO DÍA. CINCUENTA MALDITOS DÍAS

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

Cincuenta días con sus cincuenta noches. La cuarentena, aquellos aislamientos que llenaron tantas veces los lazaretos de Monteolivete, del Safranar y de la playa de Nazaret, eran de cuarenta días. Este bicho, sin embargo, nos ha regalado una propina de diez días más. La mayoría hemos hecho, desde el 14 de marzo, un encierro agotador, de cartujo o de trapense, un confinamiento bárbaro y enmascarado que nos tiene hartos, enfadados, aburridos y desde luego tristes; porque 25.000 muertos es mucha gente perdida, mucha desgracia humana, un balance desconsolador…

Dicen que a los mayores ya les dejan salir por franjas horarias. Pero mucha gente lo está dejando para más tarde, cuando valga la pena hacerlo. Salir para encontrar que la tienda de los chinos está cerrada, que no puedes comprar pinceles finos, que no funciona aún el bonoloto y en los bares todavía no hay ruido, ni servilletas en el suelo… ¿qué sentido tiene? A los viejos nos están dando una licencia minutada que es irritante, una especie de permiso que ahora no es paterno, sino de los hijos y los nietos. Solo por eso, vale la pena quedarse en casa, ponerse en registro de Abuelo Cebolleta y decir a todo el que se te acerque con mascarilla que “saldré cuando me salga, iros con viento fresco a hacer vuestras carreritas…”

Salir a caminar, hay que avisarlo, fatiga una barbaridad. Después de tantos días pareces un astronauta desconcertado que pone los pies en el suelo del portaaviones. El suelo puede balancearse y los brazos crujirán como sarmientos. En estos días hemos acogido dolores nuevos y las piernas no responden cuando se camina más de diez minutos seguidos.

Lo peor, sin embargo, es aguantar, en la tele y en los periódicos, los pronósticos y anticipos de un mundo en el que el teletrabajo va a ser la panacea universal. Primero voy a decir una verdad que se oculta: que en las sesiones esas de pantalla compartida, tan modernas en apariencia, se pierde la media hora primera en irritantes esperas y ajustes porque la gente no se apaña con el programa Teams. Los retrasos en las homilías de Pedro Sánchez se deben a eso, a que cuesta una enormidad que haya nueve periodistas bien conectados y aguantando el sermón. Pero lo grave es que todos los que ahora dan como benéfico el teletrabajo y la conciliación ignoran que mientras ellos trabajan en casa hay en su empresa un canalla que está haciendo cuentas de cuánta gente puede prescindir en el futuro inmediato.

Las tijeras empezarán por ahí, por los que, al trabajar desde casa, están demostrando que no son necesarios en la oficina, e incluso que no son necesarios en ninguna parte. Muchos serán invitados a seguir en casa, y a teletrabajar, pero en una nueva faceta de autónomo, con la Seguridad Social por su cuenta. Otros, por desgracia, habrá quedado claro que la “nueva normalidad” resulta que no los necesita.

El futuro no es muy prometedor. Lo hemos dejado todo para septiembre, forzados por la cuarentena, y ahora nos vamos a dar cuenta de que las Fallas, en verano o en otoño, no pintan nada. Los debates de la política, las inquietudes de la economía, harán que las ocupaciones de la vida y la política sean otras, bien distintas.

Con todo, hay estampas alentadoras por más que sean diferentes: la enorme cola, con la gente debidamente separada, para entrar en la pastelería de Menéndez Pidal, es inédita y esperanzadora. La gente no ha olvidado que hoy es el Día de la Madre. Los humanos nos adaptaremos en pocos años: seremos capaces de configurar otro modelo de vida, a ser posible distinto y mejor.

Fuente: https://fppuche.wordpress.com/