
FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
En casa, confinado, me he hecho diestro en el combate contra esas bolitas de pelusa que se forman en los rincones, al abrigo del rodapié. El miedo al virus ayuda a entender por qué se encalaban las barracas, las virtudes del color almagra y también la utilidad de la ceniza de barrilla, madre del bendito jabón. Mientras pasaba la aspiradora me decía, para animarme, que el secreto de la supervivencia humana frente a los bichos de todos los tamaños estuvo en el invento de barrer y alumbrar la cueva: dejar el fusil y volver a tomar la escoba es el futuro de la humanidad.
El color de las ciudades está directamente ligado a las epidemias que ha sufrido. Seguro que cada mortandad producía una capa nueva de cal en las capillas de los conventos y las fachadas de los palacios. Más que las riadas, las epidemias fueron causa del abandono de muchas casas y, a fin de cuentas, piezas decisivas en la transformación de las ciudades. El urbanismo, que tanto emboba ahora con la mal llamada «reforma» de la plaza del Ayuntamiento, se inventó para lo que se inventó: luchar contra la mugre derribando barrios enteros de casas viejas, sucias e insalubres. Reformar la ciudad en serio fue abrir la calle de la Paz y la avenida del Oeste; y derribar el Barrio de Pescadores, lleno de prostitución y miseria. Lo demás es poner macetas.
En el Marítimo se quiso pero no se pudo. A la izquierda le cuesta asimilar esa misión higiénica del urbanismo en la lucha contra la mugre, endémica en una parte no pequeña del distrito. Ahora, cuando el periódico informa de que se ha llegado a un pacto para poder derribar el Bloque Portuarios, se ve que no todo está perdido y que Sandra Gómez ha aprendido a usar, finalmente, las herramientas progresistas del urbanismo: se derriban edificios viejos sin interés alguno y en su lugar se construyen edificios nuevos. La gracia de la izquierda consistirá, si sabe hacerlo, en conseguir que los habitantes de lo derribado no tengan que emigrar… Y que algunos dejen de hacer hogueras en la calle.
La bayeta y la escoba vuelve a pasar sobre los prejuicios de la ciudad, dolida tras la epidemia. El progreso no consiste en volver a la nostálgica tortada de Goerlich sino en hacer uso inteligente de la lejía. Urbanismo e higiene han ido siempre de la mano. Esas casitas abandonadas, tan adorables, encierran ratas que han vuelto tan campantes. Un Ayuntamiento progresista está urgentemente obligado a combatir la plaga de cucarachas, gatos, palomas y roedores. Y a dar un escarmiento especial a nuestros enemigos, los mosquitos.
Fuente: https://www.lasprovincias.es