FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Qué bonitas las escenas de las lavanderas en el arroyo. Qué románticas y populares. En el río se aderezaba una zona especial para ellas. Y se canalizaba una acequia para construir un lavadero de grandes losas inclinadas. Era el punto de cita de las comadres; el lugar de los cotilleos y las confidencias. Novelas, cuentos y películas han usado y abusado del lavadero como referente de una España ancestral en la que la mujer llevaba la pesadísima carga de lavar, tender, secar y planchar la ropa de toda la familia. Desde muy antiguo. Como suele decirse, desde la noche de los tiempos…
En las ciudades grandes había lavanderas que se llevaban la ropa de las casas burguesas. Pero eso tenía problemas lógicos de aprensión en tiempos de epidemias y contagios: ¿nuestra ropa se lavará mezclada con otras de personas que hayan podido estar enfermas? Primaban los lavaderos domésticos donde se trabajaba con la famosa tabla de madera ondulada. Los tendederos estaban en los balcones, en los patios de vecindad o en las azoteas. El escenario era diferente del de los pueblos –en ocasiones era mucho peor– pero la obligación femenina seguía siendo idéntica. Y conocía una sola excepción: la de los soldados, que solían lavarse su propia ropa cuando estaban en campaña.
Entre los sueños de progreso siempre ha estado el de un artefacto que lavara ropa. El primero, el más elemental fue un tonel con un tornillo interior de paletas accionado con manubrio. Algo así es lo que creó, hacia 1780, el inglés Henry Sidgier. Toneles, barricas, artesas, cajones de madera de pino… Todo se fue ensayando, con paletas o mazos para inventar un sistema que reprodujera la tarea de estrujar y golpear la ropa como hacían las mujeres en la orilla del río.
La ropa resultaba muy maltratada por aquellos inventos. Incluso el que se desarrolló en Estadios Unidos hacia 1850, un tambor giratorio, era útil para sábanas y camisas pero no para prendas finas y elegantes. Un tal mister Smith, mejoró el invento dotándolo de un sistema que hacia girar el tambor en uno y otro sentido, pero tampoco fue la panacea. Ni siquiera logró imponerse un artefacto ucraniano que es citado como el primero que, además de lavar la ropa de un hospital consiguió, hacia 1880, secarla sin destruirla.
Lo que sí está considerado como un avance de importancia es la patente de una máquina de lavar ropa movida por corriente eléctrica. Se debe a Alva J. Fisher, un norteamericano que registró su modelo en 1901. Es el sistema del que derivan todos los avances en lavado de ropa que hemos visto en el siglo XX: un tambor giratorio donde se mete la ropa con agua y jabón. Después vendría todo lo demás: la fase de lavado y la de escurrido, la programación, las velocidades, el agua fría y la caliente, los depósitos de detergente o suavizante… todo son añadidos al principio elemental de 1901. Que se hizo una máquina popular conforme la gente tuvo electricidad en casa y el recibo se fue haciendo soportable.
En España se detecta, en 1902, un anuncio la “Lavadora del Siglo XX” que funcionó bastante bien por su comodidad y sencillez. La había patentado por cinco años Luis Miller, en 1901 y la anunciaron diciendo que hasta un niño podía manejarla. Pero no era eléctrica ni mucho menos: era un tambor que giraba horizontalmente impulsado por un manubrio; se sujetaba con patas, era rudimentario y en Valencia lo podemos ver anunciado en 1903, de venta en un almacén de suministro de maquinaria agrícola, y ya en 1904 (“Las Provincias”, 25 de julio) a la venta en la ferretería de la calle de Tránsits.
Higiene, limpieza, comodidad y economía eran sus virtudes. Y se hacía mucho hincapié en el principio de que “La ropa se lava en casa”, con el fin de evitar aprensiones y contagios de gente que pudiera haber estado enferma. Estaba fabricada en Estados Unidos, donde ya estaban en uso unas 140.000 máquinas y costaba 140 pesetas, que era bastante dinero; pero se vendía a cómodos plazos de 15 pesetas mensuales.
El principio del tambor que giraba hacia ambos lados de forma alternativa se introdujo hacia 1910. La puerta frontal estanca que evitaba fugas de agua vino algo más tarde. pero lo bien cierto es que las lavadoras de ropa de tracción eléctrica por motor solo se hicieron populares y asequibles, incluso en Estados Unidos, después de la guerra Europea, en los años veinte y treinta. Los primeros anuncios de lavadoras eléctricas los podemos encontrar en la prensa española en los años treinta; eran máquinas construidas en Alemania.
Hubo que esperar a que pasara la catástrofe dela II Guerra Mundial para que la máquina de lavar ropa con motor eléctrico empezará a difundirse en Estados Unidos y en Europa. En el año 1958 alemana lanzó su modelo Lavamat, considerada la primera lavadora automática del mundo que programaba velocidades y funciones. Antes, en España, los anuncios nos muestran el modelo Pingüino, de 1954, a la venta en la Ferretería la Cadena del Molino de Na Robella; en 1955, en establecimientos Mercé y en Viuda de Miguel Roca, se vendió mucho el modelo Regina, y en 1959 empezó a introducirse la lavadora de la AEG alemana. La empresa Balay de Zaragoza fue pionera nacional en 1966 al lanzar su primer modelo, que se fue perfeccionando en los años siguientes, a base de velocidades y programas diversos. Y que llevaba un rodillo escurridor movido por manubrio como complemento.
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