Arxiu diari: 14 de maig de 2020

GRANDES MISTERIOS DE LA VIDA PRIVADA. 4. EL PAPEL EN LA INTIMIDAD DEL HOGAR

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

La Trinca dedicó una Oda al papel higiénico, pero aún fue poco. En esta reciente epidemia hemos visto cómo faltaba en los grandes lineales y hemos comprendido su verdadera misión como auxiliar de una humanidad que adora los valores de lo confortable. Destinado a tareas innombrables, sería capaz de sumirnos en la desgracia si faltara. Y nos invita a pensar qué hacían los humanos cuando no existía.

Lechuga y agua. Refrescantes hojas de lechuga y, en su defecto, hojas de plantas seleccionadas por su frescura y lozanía. Plantas aromáticas y hojas que no irritaran las zonas más delicadas. Los arqueólogos y los historiadores remiten a esas soluciones aunque señalan que en las termas y los circos de Roma, junto a las letrinas, había palos con esponjas humedecidas con las que los usuarios se limpiaban, aunque me resisto a pensar que compartían. Se ha hablado de mazorcas de maíz usadas por los indios americanos; pero cuesta de creer. Como las referencias a las cortezas de coco que habrían utilizado otras antiguas civilizaciones; siempre hay a mano alguna hoja sin aspereza ni espinas… Buscando y rebuscando, es mucho más fácil asimilar la noticia de que los chinos –los ricos y los de familia imperial, claro– utilizaron hojas de papel de buen tamaño, y muy suaves, que se podían además humedecer. Para eso fueron los inventores del papel. Y este caso del papel de seda.

Los valencianos tuvimos papel muy pronto gracias a los musulmanes. Xàtiva, Bocairent, Alcoi… son enclaves de fabricación de papel, una industria que siempre ha tenido calidad y continuidad. A la orilla de los ríos, molinos y batanes rivalizaban a la hora de fabricar delicado papel sedoso para envolver naranjas y pequeñas hojitas, finas pero resistentes, para envolver tabaco. En todo caso, hay que agradecer al periodismo su contribución a esa necesidad humana tan perentoria que consiste en limpiarse. La noticia, siempre se ha dicho, es una materia efímera. Y cuando el periódico pasa, cuando la novedad deja de serlo, el destino más noble de un papel periodístico es envolver pescado, cubrir el fondo de un cubo de basura o esperar que alguien lo requiera, cortado a cuadrículas atravesadas en un gancho. Durante todo un siglo, los periódicos, liberales o conservadores, católicos o republicanos, prestaron ese servicio suplementario a la humanidad. Y a mucha honra…

Con todo, honor y gloria eterna a la Valencia papelera. Gracias a ella se imprimió en Valencia la primera obra literaria editada con el invento de Gutemberg. Fue en 1474 y el papel, en este caso, sirvió para imprimir los versos de un certamen literario en honor a la Virgen Santísima. Valencia, cuna de la imprenta, gozó siempre de magníficos impresores y de la flor de la papelería española.

En el último tramo del siglo XIX se habló mucho en España de “papel higiénico”. Pero no hay que confundirse: las fábricas de acabados suaves, sobre todo las de Alcoy, aplicaron ese nombre al papel de fumar. Porque para que el cigarrillo “chutara” mejor le pusieron alquitrán y alguna otra porquería que producía humo y ceniza negras y molestias incluso a la vista. Así es que cuando mejoraron la calidad y lograron eliminar toxinas, llamaron  “papel higiénico” a sus fabricados, a los que en ocasiones añadían mentol, eucalipto y alguna otra sustancia aromática. Se llegó a hacer un “papel pectoral de raíz y caña de malva”, que se anunció profusamente en 1871, mientras se intentaba dar la vuelta a la tortilla del alquitrán a través de anuncios-discurso que disertaban sobre las bondades de un alquitrán nuevo, que era de Noruega.

Hay mucha historia, incluso mucho sufrimiento silencioso, detrás de la relación íntima del ser humano, la higiene y el papel. Hay mucho dolor callado. Y cunde la sospecha de que los historiadores han perdido mucho documento a manos de sórdidas necesidades: en Valencia, se dice que hubo un  erudito que detectó la sonrojante venta de archivos notariales antiguos para fines innobles. Cuando pidió en el Mercado “una mesura de cacau” y se la envolvieron con un testamento de época feudal, intuyó que el buen papel de los notarios se estaba usando para fines perversos. Paró la maniobra y compró toneladas de documentos que hoy son la base del Archivo del Colegio del Patriarca. Todavía no está explorado del todo.

Fuente: https://fppuche.wordpress.com/