VIERNES, 17 DE ABRIL, TRIGÉSIMO CUARTO DÍA. A BORDO DE LA SURPRISE

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

Los que sin mérito pero con devoción hemos admirado alguna de las novelas marineras de Patrick O’Brian, los miles que disfrutamos de la película “Master and Commander. The Far Side of the World” inspirada en uno de los relatos del escritor, nos hemos acordado estos días, antes o después, de la fragata HMS Surprise, el buque de guerra donde el capitán Aubrey despliega sus peripecias al mando de una tripulación experimentada y leal, entregada al servicio y a la aventura del mar.

En el cine, solo ver la silueta de la Surprise en el mar, con sus velas desplegadas, emocionaba a quienes se sometían a la magia de buscar en la sala oscura la dosis precisa de espectáculo y sensaciones que despertaran los sentidos. El barco, a velas desplegadas, se presentaba como un símbolo asumible de todo lo que la vida pequeña de cada día no era capaz de ofrecer: vientos y travesías, incógnitas y esperanzas, propósitos y retos.

Pero ¿qué es la Surprise? ¿Ha existido ese barco realmente? Si de verdad ha habido un navío de verdad con ese nombre ¿dónde y cómo está ahora? Internet resuelve las preguntas en pocos instantes: el barco filmado por Peter Weir en 2003 se puede ver, tocar y pisar. Lo podemos encontrar hoy mismo en el Museo Marítimo de San Diego, en California. Lo que ocurre es que, como tantas otras instalaciones culturales del mundo, está cerrada al público estos días a causa de la pandemia.

El barco llamado ahora Surprise, amarrado en San Diego junto a un submarino y a cuatro pasos de un elegante vapor de los que hicieron correrías por el Mississipi, nació en el año 1970. Fue construido a propósito como una copia de la fragata inglesa HMS Rose, que estuvo al servicio de la Royal Navy en el siglo XVIII. Sus constructores, que quisieron ser fieles a los planos originales, concibieron un barco turístico, que pudiera ser visitado por el público, pero que también fuera capaz de navegar con sus velas al completo como escuela de navegación clásica.

Así vivió al buque sus primeros treinta años, en los que tuvo su base en el puerto de Newport, en Rodhe Island, que fue una de las sedes clásicas de la Copa América. Construida en los astilleros de la ciudad canadiense de Lunenburg, en Nueva Escocia, navegó durante muchas temporadas, apoyada por sus motores, para mostrar con fidelidad cómo era un buque mercante, armado para la guerra, en los tiempos en que Estados Unidos se independizaba de la corona británica. La Rose originaria, construida en Hull, Inglaterra, en 1757, estuvo en servicio hasta 1779 en que se hundió en Savannah, en la costa del Atlántico.

En el año 2001 el proyecto de Peter Weir de llevar al cine un guión inspirado en las famosas novelas del mar de Patrick O’Brien, tomó cuerpo en la 20th Century Fox. Y la primera tarea para que naciera la película fue buscar una fragata parecida a la Surprise. La productora compró la Rose y el buque navegó por la costa este de Estados Unidos hasta el Caribe y el canal de Panamá, hasta llegar a los astilleros de San Diego. Había perdido uno de los tres palos en una tormenta, pero eso fue poco para los trabajos de reforma que le esperaban. Porque tenía que adecuarse a las descripciones de la novela con la mayor autenticidad posible: una fragata de los tiempos de guerra entre Francia y Gran Bretaña, en tiempos de Napoleón.

La Surprise albergó camerinos y todo lo necesario para un rodaje. Y fue usada durante diez días de tomas desde el aire y de proximidad, en aguas de Baja California, en las inmediaciones de Ensenada. Para el resto de los planos y secuencias se usaron, durante varias semanas, decorados especialmente construidos, más una maqueta de ocho metros de eslora que navegó en el tanque principal de los estudios Fox: un sistema especialmente diseñado para las cámaras hizo que el verismo de los movimientos del decorado fuera total a la hora de darles el cabeceo típico de una navegación.  Un “mar” ficticio, de más de dos hectáreas, donde también se había rodado “Titanic”, es el que más se usa en la película. El resto, los demás barcos en el mar y en las batallas, nació de la magia de los simuladores digitales con maquetas más pequeñas.

La película costó 150 millones de dólares y ha recaudado bastante más de 220. Goza de gran popularidad entre los aficionados y ha pasado a  ser un clásico, pero no recibió muchos premios. La idea inicial de hacer una serie, lo que se llama una franquicia, no funcionó. La Surprise, terminado el rodaje, sirvió para otras películas, como las de la serie “Piratas del Caribe”. Pero la productora terminó por regalarla a una entidad privada de aficionados al mar que la ubicó en el Museo Marítimo de San Diego después de una nueva adaptación para las visitas del público y la navegación.

Allí se encuentra. Y allí estaba siendo protagonista de una mejora de su cubierta, necesitada de constantes reparaciones. Si entran en la página especial que el buque tiene, pueden dejar sus donativos. El Museo está cerrado, pero la cuenta corriente de la asociación de voluntarios, no…

Fuente: https://fppuche.wordpress.com/