FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
En medio de la ciudad silenciosa, cuando solo se oye el arrullo de las palomas, las campanas de muchas iglesias no han dejado de tocar a mediodía. Era una señal, una llamada a la oración, el toque ancestral del Ángelus convertido en aplauso de metal en recuerdo de los que luchan por la vida en medio de la epidemia.
Hoy Sábado Santo volverán las campanas. Se ha pedido un toque general y será nuevo. Será un toque de esperanza, de fe y de caridad también, para recordar la Resurrección y para llevar, con el recuerdo de tanta gente que ha muerto, el consuelo a los que esperan el triunfo sobre la enfermedad.
Es un día adecuado para escuchar las campanas de Valencia. Y de recordar un texto aparecido en “Las Provincias” el 22 de junio de 2019, sobre la ciudad y sus campaneros tradicionales. Aquí lo tenéis:
“Las “marcas de agua” de las fotos dicen que fueron tomadas en 2006; pero lo que importa es ver en ellas cómo algunas personas congregadas en el círculo mágico de la ceremonia se tapan los oídos, electrizadas, y miran hacia arriba, hacía esas formas huidizas de madera y bronce que dan vueltas sobre sí mismas y en un momento dado reciben el golpe-impulso del campanero. Hay dieciocho profesionales que se mueven como un ballet; y un grupo pequeño de invitados, intrusos con visado, sobre los que todo vibra, y se conmueve, mientras las notas de los metales trazan su armonía. Todo parece ancestral, viejo de siglos; pero maravilla comprobar que el ritual de las campanas del Micalet — piedra, soga, madera, acero y bronce– está naciendo, ahora mismo, solo para tus oídos.
Cuando he tenido oportunidad me he colado en el cuarto de las campanas del Micalet con motivo de alguna fiesta solemne. De la mano de Francesc Llop y sus colegas de Gremio, asistir a algún toque de Fiesta Mayor es una vivencia inolvidable. Si encandila ver a los que tienen como misión dar a las maderas un cachete que recuerda los que se daban en las ancas de las mulas, aún es más atractivo ver como un campanero situado en el centro de la replaza es capaz de manejar ocho, diez, doce sogas que confluyen en sus manos como bridas de caballos que quisieran galopar.
Huele a tradición, las campanas trasladan hasta las fiestas y los toques anuncian horas que poblaron la vida, el gozo y la muerte de los bisabuelos de la ciudad. Si el Setentón, aquí al lado, escribió sobre su amigo Aguado, que ejerció el oficio desde 1905 a 1942, ahora toca evocar a su antecesor, Mariano Folch, el último campanero que vivió en el cuarto de campanas de la torre. Después vinieron Estellés, Plá y Francesc Llop Lluch; padre, este último, de Francesc Llop i Bayo, que ha sido quien ha codificado toques y tradiciones para convertir oficio en cultura y tradición en etnología.
Recuerdo ahora el último pleno del Consell Valencià de Cultura al que asistí, hace ahora un año, en julio de 2018. Había llegado la hora del relevo, el mandato se había cumplido con creces, pero me dio especial ilusión ver que se incluía en el orden del día un papel particularmente atractivo de la comisión de Promoción: el que aconsejaba declarar Bien de Interés Cultural un conjunto de 70 campanas góticas valencianas. Me había tocado en suerte en su momento; o me lo habían adjudicado entre bromas sabiendo que era un tema “de los míos”. En todo caso, fue un placer preparar un informe sobre la intención que la Consellería de Cultura, inspirada por el mismo Francesc Llop, quería llevar a ramos de bendecir.
En el último pleno celebrado informamos positivamente una declaración protectora que ahora ya está en vigor: las 70 campanas más antiguas de las tres provincias valencianas están protegidas, no solo en sí mismas sino en su instalación, forma de toque y significado como medio de comunicación. Con esas setenta campanas antiguas, llamadas “góticas”, no se pueden hacer las tropelías que se han hecho en algunos campanarios en aras de la “modernidad”. Es preciso respetar sus mecanismos, sus modalidades de toque y su historia, porque forman parte de la del pueblo valenciano.
En estos días del Corpus voy a volver al Micalet. Al menos, al pie de la torre. Algunos tendrán la suerte de estar en la cima, en el cuarto vedado de las campanas, durante ese vuelo general que, entre mediodía y la una de la tarde, anuncia la fiesta eucarística. Las once campanas, “senys i morlanes”, cinco grandes y seis pequeñas, son volteadas a la vez. Es la única ocasión en el año en que suena “La Caterina”, una campana fundida en 1305 que es la más antigua y respetada del viejo Reino de Aragón. Escuchar es entrar en el corazón de la tradición”.
Fuente: https://fppuche.wordpress.com/