FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
La gente saca enseguida lo que lleva dentro. Esos alcaldes que, por ejemplo, han dado orden de levantar barricadas para que nadie pueda entrar en la fortaleza de su pueblo han dejado muy claro el disparatado personaje que llevan dentro. Daoíz y Velarde, Agustina de Aragón, Sagunto y Numancia… Uf!
No debe ser fácil trabajar con ellos, no. No debe ser cómodo soportar a un tipo que ordena poner barreras de cemento, o acumular una duna de metro y medio para que nadie “de fuera” entre en su pueblo. Donde a lo mejor tiene una casa, o un apartamento, por el que paga religiosamente todos los impuestos que el ayuntamiento pone al cobro y todas las tasas de servicios que el municipio y la Diputación se inventa, sobre agua y depuración, sobre basuras y restos de poda, aun a sabiendas de que hay quien vive allí 365 días y hay quien no acude más a allá de cien.
Sí, lo tengo claro: el decreto dice que hay una primera y una segunda residencia y la norma señala que donde hay que confinarse –no sé por qué– es donde uno está empadronado. También está claro que hay que ser rigurosos en el confinamiento para que el virus no se extienda. Pero esos gestos de algunos alcaldes no me gustan un pelo. Como no me gusta, pero nada, el clima social que los protege. Porque nos muestra que hay docenas de municipios, en la costa y en el interior, donde el turista es considerado como un molesto virus siempre, en Pascua y en verano, cuando aguarda turno en las tiendas y cuando pide mesa en el bar. Yo he visto a vecinas habituales de un pueblo pedir prioridad sobre los turistas o no empadronados en una carnicería…
Estos días se está hablando mal, incluso en los medios más serios, de la segunda vivienda. Esa especie de resentimiento social que hay en España contra el que tiene dos casas, o contra el que dispone de una casa grande, aflora estos días sin que nadie lo pueda evitar. Y la modalidad más común consiste en cargar contra los que han querido ir a sus casas, en la playa, el campo o la montaña, no para instalarse durante la cuarentena –!vaya una pretensión!– sino solo para echar un vistazo rápido.
Pero no se puede. O eso dicen. No está permitido ver si el riego está conectado o se ha roto una brida en alguna parte; no se puede confirmar si han saltado los plomos y la nevera hiede con todo podrido dentro; es imposible confirmar si aquella gotera del techo ha ido a más durante las lluvias o cerrar la llave de paso para que cese el goteo inútil de aquel grifo. Tampoco puede uno cosechar sus verduras, ver cómo han ido las habas y hacer planteles de tomateras. Toda la actividad de jardín y huerto durante los días de primavera ha quedado congelada. Esos alcaldes, tan cansinos con la ecología que ayer daban la tabarra con las bondades de los huertos urbanos, son los que ahora han puesto barricadas contra los apestados de la ciudad. O los que han consentido que la concejala de turno haga la tontería de repartir monas de casa en casa. A los empadronados, claro; a los de la segunda vivienda ni hablar.
Con todo, no se descuiden, que la gente toma buena nota. La gente aprende y tiene muy buena memoria. Incluso esos tontos de la ciudad.
Fuente: https://fppuche.wordpress.com/