FRANCISCO SALA ANIORTE/CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
Un lazareto es una instalación sanitaria, más o menos aislada, donde a lo largo de la historia se han tratado enfermedades infecciosas. Históricamente se han utilizado para enfermedades como la lepra, la tuberculosis o la fiebre amarilla, y se solían instalar en los puertos de las grandes ciudades costeras para tener en cuarentena a las embarcaciones o personas procedentes de otros países contaminados o sospechosos de contagio. Hoy, en plena pandemia de Corvid-19, se les ha rebautizado con el nombre de “Arcas de Noé”, aunque siga teniendo la misma utilidad. En otras épocas se han llamado salas de infecto-contagiosos o habitaciones de aislados. Aquellas instalaciones contaban con un amplio equipo médico que debía cuidar de los enfermos, aunque en muchas ocasiones, y debido al contacto directo, el propio equipo médico también caía enfermo. Vemos actualmente no han cambiado tanto.
Si atendemos a la palabra “confinado”, se dice de la persona condenada a vivir en una residencia obligatoria. Obligada a residir en una residencia y dentro de unos límites. Es una pena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente en libertad, en un lugar determinado, bajo la vigilancia de la autoridad. En 1971, los sentenciados a confinamiento serán conducidos a un pueblo o distrito situado en la Península o en las islas Baleares o Canarias, en el cual permanecerán en libertad, bajo la vigilancia de la autoridad, incurriendo en la pena de confinamiento los que promovieren, dirigieren o presidieren manifestaciones u otra clase de reuniones al aire libre en los alrededores del Palacio de las Cortes cuando estén reunidas; siendo considerados como promovedores o directores de dichas reuniones o manifestaciones los que por los discursos que en las mismas pronunciaren, impresos que publicaren o en ellas repartieren, por los lemas, banderas u otros signos que ostentaren o por cualesquiera otros hechos, deban ser considerados como inspiradores de los actos de aquéllas. Esta pena estuvo en el código penal hasta entrada la era democrática.
Si atendemos al término “cuarentena” tiene su origen porque consiste en el aislamiento de un enfermo durante un plazo de cuarenta días. La razón, sin embargo, de este plazo de tiempo dista de tener fundamento científico: se escogió simplemente porque fueron los días que Jesucristo pasó de ayuno en el desierto y vivió el episodio en el que fue tentado por el diablo, así como fueron también los días de diversos eventos de los libros sagrados.
Pero, yendo más atrás, en la epidemia de cólera sufrida en gran parte de España, Torrevieja quedó indemne, perteneciendo a la zona abarcada por el Lazareto de Mahón, y por donde pasaban los marineros que llegaban por el mar aquejados de algún tipo de infección.
La sanidad marítima trataba de evitar el contagio exterior imponiendo férreas medidas de control. En los puertos aparece la figura del Director de Sanidad, un médico, que tiene a su disposición una falúa con una tripulación más o menos numerosa según la importancia del puerto. Su misión consistía en el reconocimiento de los buques a su llegada a puerto antes de conceder el permiso para atracar y descargar. También debía supervisar y expedir las “patentes”, certificados del estado sanitario de la embarcación. Eran de dos tipos “patente limpia”, cuando no había enfermedad contagiosa ni en el barco ni en el puerto de origen; y “patente sucia o sospechosa”, variando de la gravedad según que el barco portase la enfermedad o hubiese transitado por puertos declarados focos infecciosos.
Cuando el barco llevaba “patente sucia”, el Director de Sanidad lo despedía a los lazaretos correspondientes, donde se le sometía a una cuarentena que en el caso del cólera era de diez días. Estos lazaretos especiales para embarcaciones estaban en Cádiz, Algeciras y Mahón.
A la Junta de Sanidad de Torrevieja se le planteó un dilema en septiembre de 1884: “habiendo salido de esta población el Laúd Carmen el Dolores y otro con cargamento de sal y frutas, y no siendo admitidos en Málaga y otros puntos, han tenido necesidad de regresar a este puerto y después de una detenida discusión se acordó que dichos buques sean admitidos con ciertas precauciones”. Los barcos habían salido de Torrevieja con patente limpia al no haber enfermedad en la población pero, entretanto, al declararse la epidemia en algunos puntos de la provincia, pasaron a ser considerados patente sucia en los demás puertos. La aplicación estricta de la ley obligaba a la Junta de Torrevieja a despedirlos a lazareto, lo que era un evidente absurdo.
Cuando los barcos tenían “patente sospechosa”, por proceder de puerto donde se había producido algún caso pero sin generalizarse, se les sometía a cuarentena de tres días en lazareto de observación, para lo cual se destinaba alguna zona del propio puerto.
La cuarentena suponía no sólo la incomunicación sino también el sometimiento a fumigación y ventilación, de equipajes, mercancías, tripulación y pasaje. Las mercancías consideradas “contumaces” se desembarcaban para se expurgadas y oreadas: ropas, pieles, lana, seda, algodón, lino, papeles, correspondencia, y donde se arrogan aguas sucias y en estado de putrefacción y muchas más, dejándose a criterio de la autoridad. En Torrevieja se deliberó si procedía el desembarco del cargamento de azúcar de un barco italiano embarrancado, acordando finalmente el desembarque pero prohibiendo su consumo. Juan Rebagliato, Director de sanidad del Puerto de Torrevieja; a principios de septiembre de 1884 despidió al lazareto de Mahón a varios barcos procedentes de Alicante que, sin embargo no se hacían a la vela, por lo que pidió la colaboración de la autoridad militar, el Ayudante de Marina.
Sanidad interior controlaba la propagación de la epidemia por vía terrestre mediante el establecimiento de lazaretos sucios y de observación, aislamiento de focos infestados, creación de cordones sanitarios, control de movimientos de personas y mercancías e incluso el corte de comunicaciones. A la semejanza de la sanidad marítima se expedían patentes o certificados de sanidad para las personas que tenían que desplazarse. Aquí tenemos una muestra: “Don Miguel Rubio Giménez, Alcalde Constitucional de esta Villa de San Fulgencio. Certifico: Que Antonio Ortuño vecino de Torrevieja ha hecho en el cordón sanitario de esta Villa en el Molar siete días de cuarentena por venir de Alicante con dos carros cargados de Tabaco. Y habiendo cumplido el 6 en el día de hoy se le espide el presente para que así lo pueda acreditar firmando en san Fulgencio a ocho de Setiembre de mil ochocientos ochenta y cuatro. El Alcalde”.
Este vecino salió de Torrevieja con el certificado del Alcalde, fue a Alicante, fue a Alicante a por una carga de tabaco y al salir se le haría el certificado de “procedencia” de punto sucio, por lo que al transitar por San Fulgencio se le detuvo en el correspondiente lazareto de observación y allí sufrió la cuarentena prescrita. El alcalde de esta última población le expidió a su vez el certificado de sanidad que le permitía entrar sin problemas en Torrevieja.
Entre la labor de la policía urbana de la población de Torrevieja se incluían medidas higiénicas que debía de cumplirse con rigor ente la proximidad de enfermedad contagiosa, entre las que se encontraban: el control de aguas sucias y estancadas, que representaban los vapores o emanaciones “miasmáticas”; limpieza urbana, excrementos de animales, prohibiendo el tránsito y estancia en la población de ganados, etc.
Una comisión de la Junta se encargaba de la vigilancia de las mesas del mercado, especialmente de carnicerías y pescaderías, controlándose también la entrada en la población de ciertos alimentos: se prohibieron los pepinos, alficoces, pimientos, cohombros, tomates, brevas, higos frescos y chumbos; permitiéndose la cebolla, melocotón, ciruela y manzanas, siempre que estuvieran “bien sazonadas y limpias de manchado y podrido”.
Respecto al cementerio, entonces situado junto al Acequión, donde a día de hoy hay una industria cárnica, fue cerrado por orden del gobernador, por motivo sanitarios. Una carta del jefe de la estación dirigida alcalde exponía los problemas con toda claridad: “Ruego a v. que opte un medio afín de cortar el mal olor que exhala el cementerio; pues ayer -21 de julio de 1884- fue un día que era imposible estar en la estación por ser el viento de lebeche. Según tengo entendido, esto obedece a un cuerpo que se rezuma por uno de los extremos del nicho”.
En aquella época ya era conocido el peligro que representaba el agua en la transmisión de la enfermedad colérica. En junio de 1885, el gobernador pidió a las autoridades de los pueblos de la Vega Baja la prohibición de beber agua del río sin hervir. En Torrevieja no hubo ninguna medida especial en torno a las aguas de beber. Da la impresión que no temían que el contagio siguiese esa vía. Torrevieja se surtía de aljibes que había en los patios de muchas casas particulares y de aguas de pozos situados en las cercanías que se traía en carros. Durante un breve periodo se cortó la comunicación con la pedanía de La Mata ya que “acuden de los pueblos infestados del río Segura a servirse de los próximos al caserío”.
Sí que se hicieron en Torrevieja numerosas fumigaciones, de escasa o nula efectividad, aunque estas operaciones debían tener un alto valor psicológico. Una de las primeras medidas era la de hacer acopio del material preciso y nombrar una comisión especial, que en Torrevieja la compusieron un farmacéutico y tres estudiantes de medicina. Se fumigaba a las personas que ingresaban en los lazaretos, pero también los equipajes, mercancías, incluso el correo. Una circular del ministro sobre higiene privada, expone los materiales recomendados por el Real Consejo de Sanidad: “acido sulfuroso, producido por la combustión de azufre; vapores hiponitrosos, obtenidos por la acción del agua fuerte sobre moneda de cobre; gas cloro, obtenido con cloruro de cal y agua; ácido fénico y disoluciones en agua de sulfatos de hierro (vitriolo verde), cinc y cobre”.
Unos murcianos que llegaron a Torrevieja a tomar baños de mar fueron conducidos desde la estación al lazareto instalado en la plaza de toros -en lo que hoy es el campico San Mamés- “donde se les sometió a una horrorosa fumigación de ácido sulfúrico y ácido hiponítrico. Esto tuvo lugar en una casita de madera muy pequeña, por lo que corrieron gran riesgo de morir asfixiados”. De hecho, una zona de Torrevieja se denomina “Partida de los Gases” por hallarse allí un establecimiento dedicado a esta finalidad.
La postura numantina adoptada en Torrevieja es perfectamente justificable dado que las autoridades no lograron controlar la situación en los lugares epidemiados y eran muchas las personas que, habiendo estado en contacto con enfermos, huían buscando algún lugar limpio como Torrevieja. La estancia en los lazaretos permitía descubrir a las personas que pudieran estar incubando la enfermedad, y todo ello llevaba al establecimiento de cordones sanitarios para un filtrado efectivo.