ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓ
La reclusión a la que nos obliga la pandemia del coronavirus tiene, entre otros muchos inconvenientes, la imposibilidad de convivir con personas capaces de aportar no pocos argumentos para estos textos que se escriben siempre con un afán ilustrativo y didáctico. Pero bueno, también incita la creatividad y la acción de reinventarse para superar la clausura sin subirse por las paredes. En ese menester, creo que ya he significado me está ayudando mucho a llenar mi tiempo (que ahora sí que lo es mío) el dedicarme a escribir una novela con argumento histórico en la que hay que documentar hasta las comas.
El otro día, buscando expresiones habituales en la España del rey Felipe II, me tropecé con una que aun llegué a escuchar en mi niñez, pero que ahora está completamente en desuso. Se trata de la expresión interrogativa «¿Cuál es su gracia?» Tratando de garantizarme la veracidad del olvido de la frase, hice algunas llamadas telefónicas a gente de la generación de mis hijos y, por supuesto, a ellos también y todos entendieron que esa pregunta venía a significar algo así como alcanzar la forma de ser de una persona. ¿Qué habilidades, qué agudezas, qué tretas, o, incluso, qué tejemanejes tiene? Pues no, no van las cosas por ahí. La locución lo que viene a inquirir es el nombre que uno tiene. En otras palabras, significa lo mismo que ¿Cómo te llamas?. La explicación es muy sencilla; históricamente, como es sabido, el nombre se recibía en el sacramento del bautismo, que confería la gracia santificante de entrar en el seno de la iglesia. Por por eso la frase completa vendría a decir algo así: «¿Qué gracia (que nombre) le pusieron a usted al bautizarle?» Bueno, esa ya se ha perdido, ahora vamos a por el usted.