ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ/ CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
El ser humano conserva en su memoria ya no solo hechos y
personas que han pasado por su vida como secuencias de una película, sino
también sonidos y olores que impregnaron sus vivencias. Es consustancial con el
oriolano llevar dentro de sí el almibarado sonido de «las gemelas» escondidas
en el carrico de la Convocatoria, o las voces de ángeles roncos entonando en
las noches de los días previos a la Semana Santa, «El Canto de la Pasión». Por
cierto, felicitarnos por su reciente declaración como Bien de Interés Cultural
(BIC) Inmaterial por la Generalitat Valenciana. Así mismo, es difícil que los
hijos de esta tierra olviden la aroma proveniente de los hornos, que se respira
en algunas calles de nuestra ciudad en esta época del año, en que van cayendo
las hojas del calendario y agotándose la cera de la Corona de Adviento.
Pero, ahora que se consumen tantos productos navideños
fabricados industrialmente, en Orihuela y sus pedanías aún podemos disfrutar de
los dulces elaborados artesanalmente. Algo que era generalizado, allá en 1776,
en que dentro de la ciudad, según Montesinos, existían 21 hornos, de los que
cuatro pertenecían a eclesiásticos individuales, seis a conventos y once a
particulares, de los que, entre estos últimos propietarios, el marqués de Rafal
poseía uno en la calle Santiago. En concreto, cincuenta y nueve años antes,
dicho horno era propiedad de la Condesa de la Cueva que, al parecer pasó a su
poder al serle confiscado al citado marqués. Así, el 8 de febrero de 1717 se
llevaba a cabo el remate del arrendamiento del mismo a favor de Juan Bautista
Fillol, a instancia de Fernando Quiles apoderado de dicha condesa. El proceso
para materializar el arrendamiento seguía prácticamente el mismo ceremonial que
cualquier otro efectuado en dicha época. Así, ante el notario Joseph Martínez
de Rodríguez y encontrándose como testigos Joseph Rivera, oficial de cirujano y
los horneros Diego Gil y Luis Juan; se llevaba a cabo el remate para lo cual comparecían
el citado apoderado y el interesado en el arrendamiento del horno que estaba
situado, como decíamos en la calle y parroquia de Santiago.
Con anterioridad, el pregonero público Juan Bautista Fontana
durante más de un mes había pregonado por toda la ciudad el arrendamiento del
horno, encontrando que la mejor postura era la de Fillol que la estableció en 3
sueldos y 4 dineros por día durante cuatro años.
El marco para llevar a cabo el remate fue la Plaza Nueva y
Rabal de San Agustín, y una vez emplazados todos los interesados; notario,
testigos, arrendador y arrendatario, este último solicitó al pregonero que
encendiera una «vela de cera parda», y a son de trompeta convocó al pueblo con
«altas e inteligibles voces» anunció las condiciones y capítulos con los que se
iba a efectuar el arrendamiento, realizando varios apercibimientos, y comprobar
si habían otras pujas. Después de ello y consumida la vela, quedó como mejor
postor Juan Bautista Fillol, hornero de profesión de Orihuela, y por la
cantidad antes indicada. A requerimiento del notario, tanto arrendador como
arrendatario se obligaron a cumplir con su persona y bienes los capítulos del
arrendamiento. En los cuales se establecía que el mismo sería por cuatro años
forzosos iniciándose el día de San Juan de junio, abonándose los pagos
semanalmente los sábados. Por otro lado, el arrendador se hacía cargo de los
pertrechos existentes en el horno en las condiciones en que se encontrase en
esos momentos, los cuales debía de devolverlos en su mismo estado al finalizar
el tiempo. Así mismo, el precio estipulado no sería rebajado por ninguna causa
imprevista que pudiera suceder, al igual que se hacía en los hornos que
arrendaban los cabildos civil y eclesiástico.
De esta forma, el hornero Juan Bautista Fillol se hacía
cargo de este horno de pan de la calle Santiago, y presumiblemente a los seis
meses de tenerlo en su poder, también elaboraría los dulces navideños de
aquella época, envolviendo con el aroma procedente de su pequeña industria las
calles de Orihuela en vísperas de la Navidad.
FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Setenta y cinco años del final de la Guerra Mundial. Se cumplen tres cuartos de siglo del suicidio de Hitler en el búnker berlinés, de la muerte de Mussolini en las calles de Milán, de ese encuentro de soldados americanos y soviéticos que daba fin a una terrible guerra de casi seis años. Los días finales de abril de 1945 fueron jornadas para la historia, días de periódicos difíciles en los que el mundo estaba cambiando y se hacía evidente la sensación de componer páginas inolvidables. Muchos años después, en otro mundo y en otro contexto, las imágenes valen más que las palabras y la pregunta puede ser si los hombres aprendieron algo de aquellos tiempos difíciles.
FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Abrí la ventana y entró un insecto volador. Tate, esto ha
cambiado. Era la primavera, claro. Las banderas de las torres de Quart
indicaban poniente y no había duda: la temperatura, el ambiente, invitaban a
dejar la ventana abierta y permitir que la casa se inundara de aire nuevo. En
el fondo, más allá de la pandemia y el confinamiento, lo que nos ha ocurrido
por añadidura es que hemos pasado mes y medio de clima otoñal, fresco y muy
lluvioso. El que tenga notas o mejor memoria que lo revise: de 45 días ha
habido sol “a la valenciana” no más de cuatro; ha llovido catorce días al menos
y ha estado cubierto como mínimo durante treinta plomizas fechas, algo que un
valenciano soporta mal.
El insecto no era una mosca, si un trabajador del polen
despistado, abejorro o lo que fuera. Le invito a salir y se va, yo creo que
hacia el jardín del Turia, donde a estas horas hay un hombre que fumiga y al
menos dos máquinas que ronronean mientras van cortando un césped que a los
niños del domingo les llegaba a la rodilla. El tráfico en la calle ha aumentado
mucho, llega aroma a pasto recién cortado y ya no se oyen las ambulancias que
ponían una nota lúgubre en las noches tremendas de primeros de abril.
Los que saben han empezado a hablar de “desescalada”, la
palabra nueva de moda, el término técnico para la vuelta a una normalidad,
mucho ojo, que califican de “nueva”. La normalidad “vieja”, o sea la de toda la
puñetera vida, ya no la contempla nadie por lo que se ve. Los que saben, por lo
que veo, han empezado a estudiar cómo la epidemia ha sido dueña y señora de la
situación, al menos en España, durante unas semanas de clima especialmente
fresco y lluvioso, con lo que eso pueda comportar. ¿Prolifera el bicho menos si
hay más insolación y temperatura? En eso están algunos, expertos en clima y en
virología, encajando datos que podrían dar algunas conclusiones. Hasta los más
tontos entendemos que un día frío y húmedo propio del enero valenciano no es
igual que un día de “ponentá” de julio; ningún ser vivo responde igual y es más
que probable que la respuesta del virus se vea alterada, a favor y en contra,
po r esos factores.
Igual los expertos
encuentran pautas. Igual eso sirve para prevenir un otoño que estará
lleno de cautelas ante una previsible segunda oleada. No hay nada cierto, y ahí
reside la perversión de esta epidemia en un mundo que se creía asentado sobre
certezas y tecnología. Curiosamente, lo del cambio de clima es un escenario del
lenguaje en el que nos movemos con la misma facilidad para hablar de lo
atmosférico que de lo moral. Hay mal clima cuando hay “mal rollo”, mejora el
clima cuando dos personas cambian su relación a mejor. La llegada del clima
primaveral, ahora, coincide con la mejora del clima depresivo de los malos días
de la epidemia.
Mientras tanto, a esperar las etapas de la burocrática fase
de salida. Y a ver cómo, dónde y cuándo puedo encajar, en que agujerito coloco
el sueño de mi pequeña libertad. Porque esa es otra: cada cual tiene su anhelo
y entiende la vida a su modo. Por ejemplo ¿cuándo podremos volver a pedir un
bocadillo gigante en El Pastoret o La Pascuala? ¿Cuándo podremos pedir el
manhattan de siempre en el Harry’s Bar?
FRANCISCO SALA ANIORTE/CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
Un lazareto es una instalación sanitaria, más o menos
aislada, donde a lo largo de la historia se han tratado enfermedades
infecciosas. Históricamente se han utilizado para enfermedades como la lepra,
la tuberculosis o la fiebre amarilla, y se solían instalar en los puertos de
las grandes ciudades costeras para tener en cuarentena a las embarcaciones o
personas procedentes de otros países contaminados o sospechosos de contagio.
Hoy, en plena pandemia de Corvid-19, se les ha rebautizado con el nombre de
“Arcas de Noé”, aunque siga teniendo la misma utilidad. En otras
épocas se han llamado salas de infecto-contagiosos o habitaciones de aislados.
Aquellas instalaciones contaban con un amplio equipo médico que debía cuidar de
los enfermos, aunque en muchas ocasiones, y debido al contacto directo, el
propio equipo médico también caía enfermo. Vemos actualmente no han cambiado
tanto.
Si atendemos a la palabra “confinado”, se dice de
la persona condenada a vivir en una residencia obligatoria. Obligada a residir
en una residencia y dentro de unos límites. Es una pena por la que se obliga al
condenado a vivir temporalmente en libertad, en un lugar determinado, bajo la
vigilancia de la autoridad. En 1971, los sentenciados a confinamiento serán
conducidos a un pueblo o distrito situado en la Península o en las islas
Baleares o Canarias, en el cual permanecerán en libertad, bajo la vigilancia de
la autoridad, incurriendo en la pena de confinamiento los que promovieren,
dirigieren o presidieren manifestaciones u otra clase de reuniones al aire
libre en los alrededores del Palacio de las Cortes cuando estén reunidas;
siendo considerados como promovedores o directores de dichas reuniones o
manifestaciones los que por los discursos que en las mismas pronunciaren,
impresos que publicaren o en ellas repartieren, por los lemas, banderas u otros
signos que ostentaren o por cualesquiera otros hechos, deban ser considerados
como inspiradores de los actos de aquéllas. Esta pena estuvo en el código penal
hasta entrada la era democrática.
Si atendemos al término “cuarentena” tiene su
origen porque consiste en el aislamiento de un enfermo durante un plazo de
cuarenta días. La razón, sin embargo, de este plazo de tiempo dista de tener
fundamento científico: se escogió simplemente porque fueron los días que Jesucristo
pasó de ayuno en el desierto y vivió el episodio en el que fue tentado por el
diablo, así como fueron también los días de diversos eventos de los libros
sagrados.
Pero, yendo más atrás, en la epidemia de cólera sufrida en
gran parte de España, Torrevieja quedó indemne, perteneciendo a la zona
abarcada por el Lazareto de Mahón, y por donde pasaban los marineros que
llegaban por el mar aquejados de algún tipo de infección.
La sanidad marítima trataba de evitar el contagio exterior
imponiendo férreas medidas de control. En los puertos aparece la figura del
Director de Sanidad, un médico, que tiene a su disposición una falúa con una
tripulación más o menos numerosa según la importancia del puerto. Su misión
consistía en el reconocimiento de los buques a su llegada a puerto antes de
conceder el permiso para atracar y descargar. También debía supervisar y
expedir las “patentes”, certificados del estado sanitario de la
embarcación. Eran de dos tipos “patente limpia”, cuando no había
enfermedad contagiosa ni en el barco ni en el puerto de origen; y “patente
sucia o sospechosa”, variando de la gravedad según que el barco portase la
enfermedad o hubiese transitado por puertos declarados focos infecciosos.
Cuando el barco llevaba “patente sucia”, el
Director de Sanidad lo despedía a los lazaretos correspondientes, donde se le
sometía a una cuarentena que en el caso del cólera era de diez días. Estos
lazaretos especiales para embarcaciones estaban en Cádiz, Algeciras y Mahón.
A la Junta de Sanidad de Torrevieja se le planteó un dilema
en septiembre de 1884: “habiendo salido de esta población el Laúd Carmen
el Dolores y otro con cargamento de sal y frutas, y no siendo admitidos en
Málaga y otros puntos, han tenido necesidad de regresar a este puerto y después
de una detenida discusión se acordó que dichos buques sean admitidos con
ciertas precauciones”. Los barcos habían salido de Torrevieja con patente
limpia al no haber enfermedad en la población pero, entretanto, al declararse
la epidemia en algunos puntos de la provincia, pasaron a ser considerados
patente sucia en los demás puertos. La aplicación estricta de la ley obligaba a
la Junta de Torrevieja a despedirlos a lazareto, lo que era un evidente
absurdo.
Cuando los barcos tenían “patente sospechosa”, por
proceder de puerto donde se había producido algún caso pero sin generalizarse,
se les sometía a cuarentena de tres días en lazareto de observación, para lo
cual se destinaba alguna zona del propio puerto.
La cuarentena suponía no sólo la incomunicación sino también
el sometimiento a fumigación y ventilación, de equipajes, mercancías,
tripulación y pasaje. Las mercancías consideradas “contumaces” se
desembarcaban para se expurgadas y oreadas: ropas, pieles, lana, seda, algodón,
lino, papeles, correspondencia, y donde se arrogan aguas sucias y en estado de
putrefacción y muchas más, dejándose a criterio de la autoridad. En Torrevieja
se deliberó si procedía el desembarco del cargamento de azúcar de un barco
italiano embarrancado, acordando finalmente el desembarque pero prohibiendo su
consumo. Juan Rebagliato, Director de sanidad del Puerto de Torrevieja; a
principios de septiembre de 1884 despidió al lazareto de Mahón a varios barcos
procedentes de Alicante que, sin embargo no se hacían a la vela, por lo que
pidió la colaboración de la autoridad militar, el Ayudante de Marina.
Sanidad interior controlaba la propagación de la epidemia
por vía terrestre mediante el establecimiento de lazaretos sucios y de
observación, aislamiento de focos infestados, creación de cordones sanitarios,
control de movimientos de personas y mercancías e incluso el corte de
comunicaciones. A la semejanza de la sanidad marítima se expedían patentes o
certificados de sanidad para las personas que tenían que desplazarse. Aquí
tenemos una muestra: “Don Miguel Rubio Giménez, Alcalde Constitucional de
esta Villa de San Fulgencio. Certifico: Que Antonio Ortuño vecino de Torrevieja
ha hecho en el cordón sanitario de esta Villa en el Molar siete días de
cuarentena por venir de Alicante con dos carros cargados de Tabaco. Y habiendo
cumplido el 6 en el día de hoy se le espide el presente para que así lo pueda
acreditar firmando en san Fulgencio a ocho de Setiembre de mil ochocientos
ochenta y cuatro. El Alcalde”.
Este vecino salió de Torrevieja con el certificado del
Alcalde, fue a Alicante, fue a Alicante a por una carga de tabaco y al salir se
le haría el certificado de “procedencia” de punto sucio, por lo que
al transitar por San Fulgencio se le detuvo en el correspondiente lazareto de
observación y allí sufrió la cuarentena prescrita. El alcalde de esta última
población le expidió a su vez el certificado de sanidad que le permitía entrar
sin problemas en Torrevieja.
Entre la labor de la policía urbana de la población de
Torrevieja se incluían medidas higiénicas que debía de cumplirse con rigor ente
la proximidad de enfermedad contagiosa, entre las que se encontraban: el
control de aguas sucias y estancadas, que representaban los vapores o
emanaciones “miasmáticas”; limpieza urbana, excrementos de animales,
prohibiendo el tránsito y estancia en la población de ganados, etc.
Una comisión de la Junta se encargaba de la vigilancia de
las mesas del mercado, especialmente de carnicerías y pescaderías,
controlándose también la entrada en la población de ciertos alimentos: se
prohibieron los pepinos, alficoces, pimientos, cohombros, tomates, brevas,
higos frescos y chumbos; permitiéndose la cebolla, melocotón, ciruela y
manzanas, siempre que estuvieran “bien sazonadas y limpias de manchado y
podrido”.
Respecto al cementerio, entonces situado junto al Acequión,
donde a día de hoy hay una industria cárnica, fue cerrado por orden del
gobernador, por motivo sanitarios. Una carta del jefe de la estación dirigida
alcalde exponía los problemas con toda claridad: “Ruego a v. que opte un
medio afín de cortar el mal olor que exhala el cementerio; pues ayer -21 de
julio de 1884- fue un día que era imposible estar en la estación por ser el
viento de lebeche. Según tengo entendido, esto obedece a un cuerpo que se
rezuma por uno de los extremos del nicho”.
En aquella época ya era conocido el peligro que representaba
el agua en la transmisión de la enfermedad colérica. En junio de 1885, el
gobernador pidió a las autoridades de los pueblos de la Vega Baja la
prohibición de beber agua del río sin hervir. En Torrevieja no hubo ninguna
medida especial en torno a las aguas de beber. Da la impresión que no temían
que el contagio siguiese esa vía. Torrevieja se surtía de aljibes que había en
los patios de muchas casas particulares y de aguas de pozos situados en las
cercanías que se traía en carros. Durante un breve periodo se cortó la
comunicación con la pedanía de La Mata ya que “acuden de los pueblos
infestados del río Segura a servirse de los próximos al caserío”.
Sí que se hicieron en Torrevieja numerosas fumigaciones, de
escasa o nula efectividad, aunque estas operaciones debían tener un alto valor
psicológico. Una de las primeras medidas era la de hacer acopio del material
preciso y nombrar una comisión especial, que en Torrevieja la compusieron un
farmacéutico y tres estudiantes de medicina. Se fumigaba a las personas que
ingresaban en los lazaretos, pero también los equipajes, mercancías, incluso el
correo. Una circular del ministro sobre higiene privada, expone los materiales
recomendados por el Real Consejo de Sanidad: “acido sulfuroso, producido
por la combustión de azufre; vapores hiponitrosos, obtenidos por la acción del
agua fuerte sobre moneda de cobre; gas cloro, obtenido con cloruro de cal y
agua; ácido fénico y disoluciones en agua de sulfatos de hierro (vitriolo
verde), cinc y cobre”.
Unos murcianos que llegaron a Torrevieja a tomar baños de
mar fueron conducidos desde la estación al lazareto instalado en la plaza de
toros -en lo que hoy es el campico San Mamés- “donde se les sometió a una
horrorosa fumigación de ácido sulfúrico y ácido hiponítrico. Esto tuvo lugar en
una casita de madera muy pequeña, por lo que corrieron gran riesgo de morir
asfixiados”. De hecho, una zona de Torrevieja se denomina “Partida de
los Gases” por hallarse allí un establecimiento dedicado a esta finalidad.
La postura numantina adoptada en Torrevieja es perfectamente
justificable dado que las autoridades no lograron controlar la situación en los
lugares epidemiados y eran muchas las personas que, habiendo estado en contacto
con enfermos, huían buscando algún lugar limpio como Torrevieja. La estancia en
los lazaretos permitía descubrir a las personas que pudieran estar incubando la
enfermedad, y todo ello llevaba al establecimiento de cordones sanitarios para
un filtrado efectivo.
Tres años después del cacareado Motín de Esquilache, en el
que se protestaba por la prohibición del uso de capas largas y sombreros
anchos, el corregidor Nicolás del Río publicó en Castelló un decreto en esa
línea, sobre buen gobierno, decoro personal y social, basado en la política
reformista del ilustrado monarca Carlos III en el que anatemizaba la blasfemia,
el no santificar las fiestas, absteniéndose del trabajo, los bailes
deshonestos, las mujeres escandalosas, las serenatas fuera de las épocas
establecidas, los embozos, los desafíos y el juego con apuestas. A la hora de
decretar multas y castigos a los infractores, el gobernador no se anduvo «con
chiquitas» pues aquellas llegaban a superar los 200 ducados o la pérdida de la
mitad de los bienes, y éstos llevaban aparejado al infractor el destierro, la
cárcel, las galeras o incluso «el clavar la lengua». Está claro que el rey
pretendía, en su afán de modernización del país, establecer unos códigos de
urbanidad, aunque fuera a base de un «aquí te pillo, aquí te mato».
Con todo, hay que decir que Carlos III fue un hombre con
cierta sensibilidad y prueba de ello es que cuando en 1786, se declaró una
fuerte epidemia de terciana, que obligó a la localidad a reclamar incluso la
presencia del doctor Ignacio Rocafort, médico de la familia real, e hijo de Castelló,
el monarca no solo proveyó la comparecencia del galeno, sino que envió una gran
partida de quinina para mejorar la dolencia de los afectados. En otro orden de
cosas, el 29 de marzo de 1774, a instancias de los menestrales castellonenses,
informó favorablemente unas nuevas ordenanzas gremiales basadas en las
precedentes, abolidas por su padre en el decreto de Nueva Planta. Sin duda, un
rey con buen hacer para aquellos tiempos.
FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
A finales de septiembre de 1918, cuando la epidemia de gripe
estaba empezando a dar sus peores resultados en Valencia, seis ilustres médicos
valencianos desarrollaron una vacuna contra aquel virus, nuevo y desconocido
como el que ahora azota al mundo. Y se
lo aplicaron a sí mismos para mostrar sus efectos. Su intento fue aceptado por
las más altas autoridades sanitarias españolas, pero no se desarrolló. En pocos
meses, la epidemia, hecho el daño, remitió; y nadie quiso hacer el esfuerzo de
continuar su labor.
“Las Provincias” dio la primicia el 29 de septiembre de
1918. En su portada, junto a una reseña del artículo que “L’Echo”, de París,
había publicado sobre las últimas investigaciones científicas sobre la pandemia
de gripe, dio cuenta del informe científico preparado por los doctores Peset,
Ferrán y Rincón, entre otros, con destino a la Junta provincial de Sanidad,
presidida por el doctor Torres Babí.
Era el resultado de largos trabajos de laboratorio, de horas
de estudio con diferentes cultivos y preparados. De los cuales se llegó a
distinguir la “enfermedad reinante” de la fiebre tifoidea, en primer lugar, y
después, a describir que “el diplococo aislado es el Micrococus Pateuri de
Sternberg, más frecuentemente conocido con el nombre de pneumococo de
Talamon-Fraenkel”.
En Valencia, por esos días, se acababa de decidir el retraso
del inicio de curso en la Universidad, pero las autoridades no se atrevían a
suspender la educación y a cerrar cines y teatros. Para estos últimos se había
cursado orden de parar las funciones cada dos horas, para ventilar las salas y
fumigarlas. En la Justicia se habían llegado a suspender los juicios con
jurado, pero no todos los demás. Valencia, y sobre todo la prensa, tomó
conciencia de que había un problema muy grave cuando el día 30 de septiembre
murió el director de “Diario de Valencia”, Juan Luis Martín Mengod, de 48 años,
solo un día después de que su hermano Antonio muriera también, en Alicante,
víctima del mismo mal.
El doctor Peset que andaba quemándose las pestañas en el
laboratorio de su familia, era Tomás Peset Aleixandre, hermano de Juan Bautista
Peset, el profesor que llegó a ser rector de la Universidad y fue fusilado en
1941, y de Mariano Peset, famoso arquitecto. Los tres eran hijos de Vicente
Peset Cervera y nietos de Juan Bautista Peset Vidal; todos fueron grandes
médicos, profesores universitarios, analistas de gran cualificación y dueño del
que probablemente era el mejor laboratorio de la ciudad.
El doctor Rincón de Arellano de estos episodios, era médico
militar y estudiaba, sobre todo, las condiciones de vida de los soldados como
foco de rápida propagación de la epidemia: hacinamiento, ropa, higiene… Este
ilustre doctor, activo en los hospitales de campaña durante la guerra civil,
fue padre del que también fue médico y además alcalde de Valencia, Adolfo
Rincón de Arellano.
Los seis voluntarios
Pero Peset y Rincón no estaban solos. Con ellos, en las 31
autopsias realizadas y en los análisis de toda clase de muestras, tejidos y
fluidos; en la paciente espera de los cultivos y el estudio al microscopio,
había bastante héroes de bata blanca auxiliados por enfermeras y monjas. Y
todos trabajaron en el hospital de San Pablo, el instituto Luis Vives actual,
adaptado como lazareto en la pandemia de 1918. “Para demostrar la inocuidad de
la vacuna preparada, hemos empezado por inyectárnosla en el primer momento los
doctores Ferrán, Torres, Rincón, Colvée, Corella y Peset”. Después de otras
pruebas con animales de laboratorio, se prestaron voluntariamente a la
inoculación. Cada uno se inyectó 1 centímetro cúbico de “cultivo en caldo
maltosado que ha estado cuatro días en la estufa a 37º. La reacción local fue
ligera y la general mínima, hasta nula en casi todos los casos”.
Gracias a la biblioteca digital de la Universidad de
Valencia podemos leer ahora el resultado de aquellos esfuerzos, reseñados en la
“Revista de Higiene y Tuberculosis” de 30 de noviembre de 1918. Diversos
trabajos y tesis doctorales han estudiado el enorme esfuerzo que desplegaron, a
caballo entre dos siglos, estos héroes de bata blanca de los tiempos clásicos
de la medicina. Entre ellos está también Jaume Ferrán, que propulsó una vacuna
cuando la epidemia de cólera de 1885, y el doctor Colvée, introductor de los
Rayos X en Valencia y gran clínico.
No estaban solos: muchos médicos de pueblo trabajaron hasta
enfermar e incluso murieron. Y fueron sustituidos por otros, que se presentaron
voluntarios. El doctor Serrano que tiene una calle en Ruzafa fue Mariano
Serrano Sáez, médico de la Beneficencia Municipal en Ruzafa, el barrio quizá
más castigado por la pandemia en 1918: murió “con las botas puestas”, junto a
sus enfermos y ese mismo año se le dedicó una calle. También el doctor
Gómez-Ferrer aparecerá en este y en cuantos episodios médicos de la ciudad sean reseñables, aunque generalmente lo hará
en la vertiente pediátrica, batallando contra la difteria.
La vacuna fue aprobada por la superioridad pero no llegó a
desarrollarse. Cuando la epidemia decayó, al llegar el invierno, el mundo
volvió a las preocupaciones “normales”, que eran, precisamente, la escasez y la
carestía de alimentos, como secuela de la guerra. Tampoco hubo potencial
industrial para que la vacuna, y el suero equino que los médicos valencianos
desarrollaron, tuviera aplicación real.
No es “gripe española”
La reseña científica de la “Revista de Higiene y
Tuberculosis” tuvo un apartado final dedicado al pundonor: “Hemos de protestar
–dice– de la ligereza con que se le da el nombre de “gripe española” a la
enfermedad que estudiamos. Tal cualificativo revela desconocimiento de la
historia epidemiológica y del comienzo de esa epidemia, pues antes que en
España se sufrió en los Estados Unidos, en el invierno de 1915-1916…” La
refutación académica, aquí no estaba exenta de una vena patriótica: “!Un poco
más de seriedad en el bautizo –dicen– para no caer otra vez en la ridiculez con
que hace un siglo los alemanes tuvieron el capricho de adoptar semejante
arbitraria etiqueta!”
Higiene, que no guerra
La “Revista de Medicina e Higiene” a la que nos referimos
lleva fecha de 30 de noviembre de 1918. La Guerra Europea había terminado. Y el
editor, el doctor Chabás, escribió un editorial para celebrarlo. Se tituló “La
Medicina, que es vida, ante la guerra, que es muerte. Por la Paz y por la
Ciencia”. Y terminaba así: “!Maldito sea quien desencadenó las iras homicidas!!
Bendita sea la Paz que se inicia!!Que la diosa Higieia la conserve eternamente”
En el primer trimestre de 1970 fueron tan bajas las
temperaturas, que afecto a la futura producción de la almendra, dándose por
perdida en un setenta y cinco por cien la cosecha de la misma.
En el mes de enero el periódico Las Provincias informaba en
las noticias Casinos Agrícolas de lo siguiente: “La uva entrada en la
Bodega Cooperativa en la actual campaña ha sido aproximadamente doble que la
que se metió el pasado año, aunque su graduación media ha resultado bastante satisfactorio.
Las causas han sido mucha más abundancia de cosecha y mucha menor venta para el
mercado de la variedad “planta nova” por su mal estado de
conservación debido a la desfavorable climatología.
Renovación: Como está ordenado en sus estatutos se ha procedido
en junta general a la elección de los socios que han de sustituir a los que
hasta ahora formaban la Junta Rectora de la cooperativa que cesan pro haber
terminado su mandato, y han sido elegidos Sebastián Espinosa Murgui, Joaquín
Sanchis Ibáñez, Salvador Esteba Ibáñez, Antonio Cerverón Santolaria, y José
Marz Martínez, quienes una vez aprobado su nombramiento por la superioridad,
tomarán posesión de sus cargos con propósito firme de continuar haciendo
realidad las aspiraciones y deseos de sus fundadores que saltando muchos
obstáculos y grandes dificultades, supieron vencer y convencer con palpables
realidades que hoy estamos viendo y, gozosos, disfrutando de ellas. El
Corresponsal”
Pyresa (Periódicos y Revistas Españolas. Servicio de
Agencia) hablaba de las “Expropiaciones en el término de Casinos” y
expresaba lo siguiente: “Por diversas resoluciones del Ministerio de Obras
Públicas, se señalan fechas para el levantamiento de actas previas a la
ocupación de fincas en el término de Casinos (Valencia), afectadas por las
obras del <proyecto desglosado de los canales secundarios y redes de
acequias de la nueva zona regable dominada por el canal principal del embalse
del Generalísimo, sectores I al XI>.”
El 3 de marzo de 1970, en una noticia que daba el Levante,
sobre las fiestas de Sueca, nos informaba con estas letras, haciendo alusión a
la planta que la firma CORSAN, tenía en Casinos: “ Así pues, si desde el puente del Rey a la desembocadura, no
existe ningún impedimento insalvable, el año próximo toda la obra de
revestimiento de la acequia mayor estará completamente terminada y se
conseguirá un ahorro importantísimo de agua, ya que al ir canalizadas no
existirán tránsfugas.
Como quiera que la misma empresa constructora está
construyendo unos trescientos cincuenta kilómetros de acequia en el canal
Villar del Arzobispo, Casinos, Lliria etc.
instaló una fábrica
de las piezas para el revestimiento y desde Casinos, en camiones, han sido
trasladadas a este término y unas grúas han ido colocándolas en
el mismo cauce de la acequia, que muchas veces ya no era necesario moverlas
para colocarlas en su sitio. Así pues se han traído unas 3.100 piezas
prefabricadas para los cajeros laterales, además de unas 7.000 piezas para la
solera de la acequia.”
La última noticia que reseño hoy es de fecha 27 de junio de
1970, que en el Consejo de Ministros que se celebró en el Palacio de Pedralbes,
se remitió entre otras temas a las Cortes, “El proyecto de la ley sobre la
solución Sur de Valencia” y entre otros: “Autorización al Instituto
Nacional de Colonización, para la adquisición de la finca <Casa de Campo>
sita en los términos de Liria y Casinos.>
Y acabo está crónica referenciando que este año Casinos,
pudo tener el honor de que hubieran elegido a Miss Valencia, a una señorita de
nuestro pueblo Mª Carmen Sánchez Gómez, que participo en las galas de
preselección en el mes de junio, pero esta efemérides merece una crónica
especial.
FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Había morbo, largamente cocinado, en torno al regreso de
Zubin Mehta al Palau de Les Arts. Ya saben, cosas antiguas: cuando detuvieron a
Helga Schmidt en el curso de una operación con helicóptero y todo, cuando la
acusaron de mil cosas y la procesaron, el que había sido director de la
Orquesta de Les Arts dijo que por Valencia no volvía en tanto que las
instituciones no trataran con la debida honorabilidad a la que había sido intendente
del coliseo musical. Ahora, fallecida la interesada tras larga pena, y
declarada inocente además por el tribunal que juzgó el asunto, había un
legítimo morbo en el regreso de Mehta a un auditorio valenciano.
Lo había contratado el Palau de la Música, no el de Les
Arts, donde brilló durante tantas noches de gloria. Pero el destino ha metido
en esta historia otro elemento perverso
–los problemas de mantenimiento del Palau de la Música– y he aquí que el
maestro, por carambola, tenía que volver al auditorio de doña Helga al frente
de la Filarmónica de Viena, nada menos.
Pero que si quieres: el coronavirus ha terciado en esta
historia de amor y desamor, de afectos contrariados, amores musicales y
problemas judiciales entre Valencia y Zubin Mehta. Una relación muy antigua,
legendaria, que se inició temprano, antes de que existiera el Palau de la
Música: en el teatro Principal en el año 1986, con el Maggio Musicale
Fiorentino o incluso antes, en Lliria, donde la Ciudad de la Música se dio el
placer de escucharle en una velada memorable.
Historias antiguas, rencores que ahora parecen no tener ya
encaje. Mehta, en su refugio vienés, espera y espera. El gobierno austriaco ha
cancelado hasta junio toda la actividad musical del País de la Música y la
página web de la Filarmónica informa que la serie de conciertos de Daniel
Barenboim prevista para mayo ha sido también cancelada. La turné que la
Orquesta iba a celebrar ahora –el sábado en Barcelona, el domingo en Valencia,
y hoy lunes en Madrid– no ha existido y los músicos están en su casa, haciendo
cosas por las redes, confinados, aburridos y a la espera. Otra vez será,
hermanos…
Mientras tanto, el Palau de la Música sigue cerrado y vacío
de actividad musical. Se ha decidido qué proyecto de rehabilitación se va a
aplicar y falta concluir el concurso de las obras. El pasado viernes, cuando se
cumplían 33 años de su inauguración, parecía un trasatlántico varado a orillas
del jardín del Turia.
Es una buena noticia; que se pueda salir de casa es una gran
noticia. Este domingo los niños tomaron las calles, con los papás, con las
medidas marcadas por la Autoridad competente.
Al momento de salir ya se han oído muchas voces, muchas fotos,
muchos vídeos mucho contento y por supuesto
mucho descontento. No quería entrar en
valoraciones, ni es mi intención decir a
cada cual, lo que tiene que hacer, ya somos todas y todos mayores para saber cómo debemos comportarnos, y a que normas atenernos en aras a la
prevención, no contagio y extinción de la pandemia.
Al médico y filósofo griego Hipócrates (460 – 370 a.C.), se
le atribuye una frase que dice “Antes de curar a alguien, pregúntale si
está dispuesto a renunciar a las cosas que le enfermaron. “Muchos días lo he
escrito, pero hoy es un día que en verdad lo he pensado y me atrevo a
expresarlo, ¿estamos dispuestos a renunciar a las cosas que nos enfermaron?
Realmente ¿somos conscientes del antes y del después? Si sirve de algo para
aquellos que me dicen que me leen, les invito a que se hagan esta pregunta y
esta reflexión.
¿Dónde empieza mi renuncia, cuando y como acaba la
enfermedad del mundo? Hay palabras claves que nos ayudan a vivir la vida, a ser
mejores o a ser peores personas, a definir nuestra actitud ante ciertos
momentos. En ese amplio abanico entran entre otras muchas palabras la dignidad,
libertad, igualdad, justicia, verdad, honradez, trabajo, paz, salud, dolor,
hambre, empatía, generosidad, arrogancia, ilusión, manipulación, sencillez,
amor, odio, perdón, rencor, abandono, aburrimiento, rabia, sabiduría, bondad y
amor podía
poner una lista interminable, pero lo dejo aquí
como un ejemplo, y cada uno que añada las que
quiera.
¿Cuántos mensajes recibimos y pasamos cada día, a cada momento
arreglando el mundo, la medicina, la sociedad, todo aquello que se
“les” ocurre y nos llega? ¿Cuánto tiempo dedicamos a generar
confianza, ilusión, generosidad para salir adelante? ¿Cuántas ganas tenemos
todos de abrir los ojos y que vuelva a ser todo como antes? ¡Qué difícil es
escribir esto sabiendo que la realidad está lejos de nuestra ilusión! Sin
embargo vemos que en otros lugares del mundo, están saliendo, vemos que se va
superando, vemos que se progresa adecuadamente, como dicen en escuela.
Pero también vemos, o veo, que hay renuncias que quedan
lejos de nuestra mente, renuncias que son difíciles de renunciar, valga la
redundancia. Desde mediados de marzo, reflexionando, meditando, cerrados,
cumpliendo, “yo me quedo en casa” frase viral, pero ¿en que ha
mejorado el confinamiento a mi persona? No lo sé, y de eso se trata. El aire
está más limpio, el ambiente no está contaminado, no hay accidentes de tráfico,
hemos sido muy obedientes, pero hoy según dicen los infinitos mensajes que nos
han llegado, parece ser que hemos vuelto a las andadas.
Es tarea de todos, es empeño de un pueblo, de cada uno en su
pueblo, el poner las cosas en su sitio para hacer las cosas bien, según
establece la normativa dictada. Hay temas que ni podemos resolver, ni podemos penetrar
en la intensidad de los mismos, podemos modestamente opinar, pero jamás
podremos solucionarlos porque se escapan de nuestras manos. Lo que si debemos
hacer es respetarnos unos a otros, respetar la opinión que nos ofrecen si está
cargada de sinceridad y verdad; una terapia muy interesante que pienso pueda
ser necesaria, es a la hora de juzgar a una persona ponernos en su lugar y
pensar como actuaríamos nosotros en esa situación que estamos juzgando.
Esta es mi modesta opinión, la doy para el Periódico de
Aquí, hoy no hablo del Casinos de hace doscientos años, o del de hace
cincuenta, hoy me preocupa el Casinos del futuro, del mañana inmediato y espero
por el bien de todos, que pronto recobre su normalidad dentro del proceder que
establezca la norma, que en definitiva es la que está guiando e instruyendo el
tema desde mediados de marzo, deseando que todos disfrutemos de muy buena salud
y ánimo para seguir adelante, volver al trabajo y a la vida en sociedad.
El 27 d’abril de 1812, en plena Guerra del Francés, es va produir entre Bèlgida i Atzeneta la Batalla del Raboser. Per ampliar la informació llig aquest article: La batalla del Raboser des d’una perspectiva hispànica. ps 101-105. Almaig 2011.
Aquell fet històric magnificat va donar peu a les actuals
Festes Patronals d’Otos. I fa 8 anys commemorarem el seu bicentenari tant a
Otos com amb una interessant programació d’actes que va tindre molt d’èxit i va
aconseguir agermanar més els veïns dels pobles que van ser afectats per la
batalla: Albaida, Atzeneta, Bèlgida, Carrícola, Otos i el Palomar.
A més de recordar efemèrides celebrades, cal informar-se de
l’actualitat i saber aspectes importants com ara la gestió correcta dels
nostres residus en temps de la Covid-19. A més, el COR ofereix informació i una
enquesta sobre la gestió dels residus.
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