FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
No me encuentro muy bien. Pero es porque me he metido a zascandilear en la cocina. Esa tosta gratinada de rúcula con mostaza, pebrella y queso blanco estaba buena, quiero decir que pude hacerla pasar; pero la otra, la de queso de untar con atún y mermelada de arándanos me cayó como una bomba, seguramente por el tono verdoso que tenía, no sé si del queso o del atún.
Undécimo día de encierro contando desde la “Plantà” frustrada. Va siendo hora de prevenirse contra algunos intentos gastronómicos, con incursiones creativas en la cocina que no llevan a nada bueno. Lo mejor, pienso yo, es mantener y cultivar las habilidades que uno pudiera tener –una sopa, un huevo frito, una ensalada– pero sin meterse en ensayos ni descubrimientos, porque no es momento.
Y en esas estamos, contando días como esos presos de las películas que se hacían un calendario en la pared de la celda, rayita a rayita, agrupando las marcas por semanas, meses y años. El sábado 14 de marzo no salí de casa, pero ese día ahora resulta que no cuenta, porque para la mayoría no era “oficial”. De manera que son once jornadas, apenas once, una birria si lo comparamos con el conde Montecristo, o mejor con François Picaud, el personaje real que inspiró la novela de Dumas, que el pobre se tiró siete años, siete, de injusta prisión.
Mira, es una idea: voy a buscar la novela, que en alguna parte debe estar. Y voy a ver qué hay ahora en esa isla d’If, el roquedal de la costa marsellesa donde estaba la prisión de Edmond Dantes. Voy a meterme en esas aventuras de folletín, nacidas para publicar por entregas en los faldones de los periódicos antiguos. Como hizo Víctor Hugo, como hizo Blasco Ibáñez, que escribían capítulos divididos en secuencias de la misma extensión, con sorpresa al inicio e incógnita al final, lo que le da al relato un dinamismo en altibajo, suspense-susto, ideal para el cine.
Estos días tenemos que buscarnos personajes que saben resistir y que triunfan al final de su injusto confinamiento. Necesitamos héroes subterráneos de la resistencia francesa, sudorosas víctimas de oficiales japoneses intransigentes. ¿Cuánto tiempo estuvo encerrado el pundonoroso Alec Guinnes en “El puente sobre el río Kwai? Verlo salir sudoroso de la caseta, verlo andar erguido con su vara de mando, pese a tanto sufrimiento, nos tiene que recompensar…
Para resistir el confinamiento, es preciso que nos pongamos bajo la protección del Santo Job y de algún paciente prisionero de novela o película de aventuras. Gente que se pasaba los años rascando un muro de granito con el mango de una cuchara hasta abrirse una galería. Gente que dejaba de comer para poder pasar por un agujero. Gente, en fin, que no hacía la tontería de meterse a ser creativo en la cocina. ¿Tortilla de patatas? Bendito sea Dios: y que no falte.
Fuente: https://fppuche.wordpress.com/