MARTES, 31 DE MARZO. DECIMOSÉPTIMO DÍA. RUMBO AL CANAL DE SUEZ.

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

Bajo la lluvia pasa un ser humano, viajero en una bicicleta mínima, que intenta protegerse con un gorrito y un impermeable rojo. Bajo la lluvia, llegan los de la contrata de jardines y fumigan de arriba abajo los contenedores: un trabajo duro y desagradable, una tarea esencial e imprescindible que ayuda a la necesaria higiene general. Es martes y vuelve a llover con fuerza. Nieva en las montañas del interior y la primavera se retrasa.

Me he propuesto seguir al “MSC Eloane”, un carguero gigante que salió de puertos orientales hace unos días, cuando en China estaban empezando a respirar mejor, y que el domingo, 22 de marzo, navegaba por el estrecho de Malaca con hoja de ruta que le ordenaba estar en la entrada sur del canal de Suez a primeros de abril y rendir viaje, quizá en Rotterdam, después de tocar en algún puerto del Mediterráneo español.

Pero en la aplicación de Marine Traffic me dijeron, el domingo 29, que “la embarcación está fuera del alcance”. Es decir que el barco a seguir quedaba fuera del alcance de los satélites habituales. No estaba perdido ni abandonado, faltaría más, pero dejó la zona de cobertura del continente indio para no estar disponible en las pantallas hasta llegar a Arabia y sus inmediaciones.

El lunes, 30 de marzo, “reapareció” como era de esperar. Navegaba a 17 nudos al sur del Yemen, dispuesto a entrar en la Puerta de las Lamentaciones, el Bab el Mandab de los libros de Geografía de nuestra niñez, el peligroso y legendario estrecho que lleva al Mar Rojo y finalmente a Suez. Hoy martes ya navega con rumbo norte hacia la puerta sur de Suez. Antes, sin embargo, en esos días de silencio, el buque había navegado a toda máquina desde el sur de Ceilán, atravesando el Mar de las Laquedivas, un trozo del planeta surcado por una ruta internacional de cargueros en el que casi nadie se detiene.

Las islas Laquedivas quedan al norte, y son parte de la India. El archipiélago de las Maldivas, al sur del trayecto de los barcos, configura una república independiente: un conjunto de 1,200 islas y atolones donde me pregunto si el virus habrá llegado a estas alturas de la epidemia. En medio de aquellas extensiones de océano hay una isla de coral y cocoteros, una preciosidad de nombre Minicoy, que pertenece a las Laquedivas, aunque con muchas dudas históricas, porque es la más alejada en el extremo sur y a la hora de la verdad tiene fuertes vínculos con la cultura del otro archipiélago, el de las Maldivas, del que “apenas” está alejado 560 kilómetros, una tontería de océano. La India prohibió a los de las Laquedivas, incluida Minicoy, tener contacto y comercio con los de las Maldivas.

Minicoy, dos metros de altura máxima, miles de cocoteros, diez aldeas y poco más de diez mil habitantes. De su historia se destaca el funcionamiento de una colonia de leprosos y la construcción de un faro, en el siglo XIX. No tiene aeropuerto pero están pensando en cómo desarrollar un turismo que sin duda dará al traste con la belleza del paraje. El trayecto en barco desde el atolón hasta Kerala, en el continente indio, dura entre 14 y 20 horas. En teoría, ahora, los vecinos de Minicoy tienen que estar confinados, como el resto de los 1.300 millones de ciudadanos de la India.

Fuente: https://fppuche.wordpress.com