ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓ
Hay una anécdota del emperador Carlos V y rey de España con el número uno de tal nombre, que es referida por Jean B. Blanchard en su libro L’ecole des moeurs de 1775 y con más extensión por Jacques Collin de Plancy en el suyo Légendes des origines de 1864. El Habsburgo pidió al multimillonario armador Juan Daens un préstamo de tres millones de florines para costear su campaña de África. Tras cerrar el trato, el prestamista invitó al monarca a un banquete en su casa de Amberes, que Collin de Plancy refiere con todo lujo de detalles. La cena que se sirvió contó con innumerables viandas y uno piensa si es que nuestros antepasados de hace cinco siglos eran unos tragaldabas de tomo y lomo, o es que el menú era solo de ligeros platos de degustación. Hagámonos a la idea: Arroz, potaje de vaca, bistecs, salchichas, jamón cocido, arenques, sardinas, salmón, perdices, faisanes, tortas, gofres, confituras, mantequilla de nieve y vinos de Hainaut, Lieja y Champagne.
Al finalizar la opípara comida, Juan Daens puso sobre la mesa una bandeja con varios trozos de madera perfumada que encendió y en su llama quemó el recibo del préstamo, diciendo: «Gran señor, después de hacerme el honor de comer en mi casa, nada me debéis». Muy hábil el comerciante, pues en solo diez años, Amberes contó con 200.000 habitantes, por el incremento de su actividad comercial, favorecida por los privilegios reales otorgados concedidos por el rey y emperador.