Lenguaje y etnología del mundo marinero reunidos en un libro; en la ciudad que sí sabe lo que quiere ser y hacer.
FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Hay ciudades que llevan siglos sabiendo lo que quieren ser y hacer, a dónde quieren llegar. Denia, sin ir más lejos, es una de ellas.
Denia es una ciudad que este verano ha abierto una zona hostelera de 2.000 metros cuadrados al tiempo que recuperaba las caballerizas portuarias del siglo XVI; un edificio-barrio, que más tarde, en el XIX y el XX, sería una importante fábrica de juguetes de hojalata. Así las cosas, ‘Les Cuinetes’ lo evoca y reúne todo, y tú cenas con el embarque de los moriscos, con Cervantes volviendo de Argel, la Marina que exporta pasas y las manos hábiles de mujer que hacían cocinitas de juguete para las nenas de los cincuenta.
Lo que le ocurre a Denia es que tiene gente muy buena. Hay que ser listo, y sensible a la vez, para promover ese centro gastronómico llamado «Els Magazinos». Lo que le ocurre a Denia es que tiene un alcalde que un viernes al anochecer se toma el interés de ir a la presentación de un libro, algo insólito en los tiempos que corren. Hay que ser sensible, y culto, para promover que el Ayuntamiento patrocine una nueva edición de ‘El món mariner a Dénia’, la tesis doctoral de Roser Cabrera González, convertida después, en 1993, en el libro-llave que abre la puerta de la vida secreta de todas las palabras valencianas que huelen a mar.
Desde que exportaba ‘garum’ a las cocinas de Roma, Denia sabe que es un referente del Mediterráneo, algo que otras ciudades temen intentar. Por eso, este verano, Denia ha abierto con éxito el ‘Museu de la Mar’, un recinto de ánforas, maquetas y recuerdos con el que esta sociedad que sabe lo que quiere le ha dado otra lección a Valencia, la ciudad desnortada que no tiene museo y riñe por su puerto.
Roser Cabrera es de esas personas, arraigadas en La Marina, que sabe lo que quiere. De jovencita la envió el profesor Sanchis Guarner a estudiar el mundo del moscatel y de la pasa, el habla y el quehacer de las gentes que transformaban uvas en placer para británicos, y se quedó allí, prendida en la etnología, en las tradiciones, en los dichos, en el nombre de cada pez del mar y cada parte de una barca. Arqueóloga del habla y la costumbre, notario de la desaparición de tradiciones heredadas, Roser, en el filo de la gran transformación de los setenta, entrevistó a las últimas generaciones de marineros, agricultores, jugueteros, pescadores y cocineros que atesoraban una sabiduría a punto de extinción.
Su libro, ahora reeditado, es una guía ideal para volver al mar con la palabra valenciana adecuada para cada cosa: los vientos y el ancla, el remo y la vela, al arte de pesca y la enfilación para navegar. Es ahí, y no en el politiqueo, donde la lengua de nuestros mayores se hace abuela amable; es ahí, en libros como el de Roser, donde el habla es madre acogedora y no madrastra.
Fuente: https://www.lasprovincias.esl