FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Hace 110 años, el rey Alfonso XIII inauguró en Valencia la Exposición Regional, un certamen que estaba destinado a impulsar muchos cambios y novedades en la vida económica, industrial, cultural y social de Valencia. Hace diez años, el 22 de mayo de 2009, el presidente Francisco Camps y la alcaldesa Rita Barberá inauguraron una exposición conmemorativa de aquel acontecimiento en el Palacio Municipal de la Exposición, el pabellón municipal en aquel lejano certamen. El autor, tuvo el honor de ser comisario de aquella revisión histórica que incluía el recuerdo del nacimiento del Himno Regional Valenciano, escrito como himno de la Exposición. El 22 de mayo de 2009, una fecha memorable, culminó con la masiva interpretación de ese Himno en la Alameda.
En sucesivas entregas, el autor se propone ahora reproducir el primer capítulo del libro “Valencia 1909”, que se editó hace diez años. Describe el viaje de Alfonso XIII a Valencia y la jornada inaugural completa.
El despertar
Don Antonio Maura no estaba enfadado, faltaría más; ni siquiera estaba contrariado. Seguramente la palabra justa era desasosegado. Porque a las once de la noche, cuando cada cual se retiró a dormir a sus aposentos del tren regio, quedó bien claro que la cita era a las ocho en punto de la mañana en la estación de Játiva. Y cuando el tren paró un poco antes, en Alcudia de Crespins, para que subiera a bordo del convoy el senador Peris Mencheta, le llegó el recado, a través del general Milans del Bosch, ayudante de la Real Casa, de que Su Majestad se retrasaba.
— Se nos ha dormido, don Antonio, comprenda usted… Ahora está en la ducha. Y me ruega que le disculpe y atienda su excelencia a la delegación de Játiva.
Don Antonio era un perfeccionista; de modo que no poder cumplir todas las previsiones le alteraba. Pero a las ocho y cinco minutos de la mañana, el presidente del Gobierno tuvo que salir a una plataforma del tren para hablar a la multitud, nada pequeña por cierto, que había acudido a los andenes de la estación de la histórica ciudad. Porque, según lo previsto, desde muy temprano estaban allí, con su alcalde y dos bandas de música al frente, para saludar al rey Alfonso XIII, que iba de paso y se dirigía a Valencia.
Cuando le abrieron la puerta del vagón, don Antonio Maura hizo una reverencia cortés con la chistera y los guantes en la mano. Enmarcada por el silbido de un escape de vapor cercano, su voz quiso imponerse en la estación:
— ! Queridos vecinos de Játiva! Señor alcalde, ilustres autoridades, reverendo señor arcipreste, dignísimas representaciones de esta noble ciudad y distinguidas señoritas: Su Majestad el Rey me encarga deciros cuánto agradece este recibimiento que hoy le tributáis cuando va camino de Valencia, a inaugurar esa joya que sin duda es la Exposición Regional. Como humilde portavoz de Su Majestad os doy las gracias…
Hubo, no se podía ocultar, algún gesto de decepción. La gente había madrugado mucho; antes de las siete fueron convocados para aplaudir al monarca, que venía toda la noche de viaje, a bordo del lujoso tren regio. Pero don Antonio, además de inspirar mucho respeto con sus barbas tan blancas, hablaba tan bien como el difunto Castelar, era todo un caballero y dejó satisfecha a la audiencia, que acabó aplaudiéndole mientras las dos bandas, La Primitiva y La Nueva, hacían sonar la Marcha Real.
–…Su Majestad el Rey me pide que les transmita su deseo de poder saludarles dentro de unos días, cuando viaje de regreso hacia la Corte.
Maura, igual que el almirante Ferrándiz, ministro de la Marina, se deshacía en excusas ante el alcalde de Játiva. Para el veterano periodista Francisco Peris Mencheta, senador por la provincia, estas incidencias de programa tampoco eran las más recomendables. Los únicos imperturbables a bordo del tren real eran el marqués de Torrecilla, jefe de Palacio, y los dos ayudantes del rey, el conde del Serrallo y el conde de Grove.
El tren, a las ocho y cuarto, se puso en marcha nuevamente. Un minuto después apareció en el coche-salón, recién vestido y peinado, don Alfonso. Su uniforme de capitán general aún le hacía más alto y delgado. El rey ya llevaba entre los dedos el primer cigarrillo de la mañana; y entre bocanada y bocanada fue saludando a todos los presentes.
— Muy buenos días, señores. Trae usted muy buen aspecto, don Antonio. ¿Ha dormido bien en el tren regio o cree el Gobierno que se debe mejorar el confort? Ya veo que nos acompaña el señor Peris Mencheta, el mejor periodista del país, ahora que no me oyen los Luca de Tena. Don Paco, esta es su tierra; hágame de cicerone… Bien… Este aroma a café cargado es irresistible; si los señores quieren acompañarme en el desayuno…
Simpático, bromista siempre, el Rey inició su jornada sin mencionar su retraso. Mientras desayunaban, leyó los telegramas que en la estación de Játiva habían subido a bordo junto con los brioches y madalenas, y se dispuso a saludar, ahora sí, a la nutrida delegación que le vitoreaba en la siguiente estación.
— Estamos llegando a Carcagente, Señor.
El edificio y los andenes estaban engalanados con racimos de naranjas y colgaduras vegetales. Con cítricos habían compuesto también un letrero que decía “A S. M. el rey Alfonso XIII”. La ciudad cuna de la naranja envió a la estación una nutrida representación que se deshacía en zalamerías hacia el monarca. El rey saludó desde una de las ventanas, mientras sonaba la Marcha Real; pero en cuanto el tren arrancó y empezó a sumergirse en la rica masa vegetal de la Ribera del Júcar, la conversación en el vagón-salón se adaptó a los asuntos del territorio: a la agricultura, sus alegrías y sus penalidades.
Pocas horas después, el senador Peris Mencheta, adelantaba en “La Correspondencia de Valencia”, uno de los periódicos de su propiedad, el contenido de un diálogo en el que el rey mostró sus amplios conocimientos agrícolas y su interés por los precios, los rendimientos y las cosechas. Don Alfonso estaba ufano por los resultados de su finca de El Pardo y por las buenas variedades de flores que estaba obteniendo en Aranjuez. “Las Provincias” recogió al día siguiente la preocupación real por los trigos, encamados a causa de la fuerte tormenta de días anteriores, y la impresión que le causó saber que, desde la pérdida de las colonias, la caída de las exportaciones de arroz se cifraba en unos ochocientos mil sacos cada año.
Con todo, Catarroja, la cuna del arroz, tributó al rey, a las nueve y cuarto de la mañana, otro gran recibimiento en el que no faltaron los vítores, la Marcha Real y una imponente traca, que despertó en don Alfonso gestos divertidos.
Quince minutos después, a las nueve y media en punto, el vigilante de la Fonda de Europa, encaramado en lo más alto del edificio de la esquina de la calle de las Barcas con la plaza de Castelar, avistó el penacho de humo del tren real y se apresuró a izar la bandera de España en la torreta miramar. Desde su atalaya, el campanero del Micalet vio ondear la enseña y supo que había llegado la hora: al escuchar el tañido de la “Caterina”, todos sus colegas de la ciudad entendieron que era el momento de iniciar el volteo general acordado para dar la gran bienvenida al rey.
El redactor del diario “Las Provincias” que hizo la crónica de aquél día solemne acertó al subrayar la importancia del tañer de las campanas: “Fue este un instante de gran ansiedad y un clamoreo general de satisfacción, como chispa eléctrica, corrió por todas las calles y plazas que había de seguir la comitiva y que se hallaban atestadas de gente” (1).
Alfonso XIII ya estaba en Valencia. Venía para unirse a los valencianos en una ocasión muy especial: la inauguración de la Exposición Regional, el certamen más grande que nunca se había celebrado en la ciudad y sin duda la creación más ambiciosa de toda una sociedad hasta aquel momento. Por eso el recibimiento que se tributó al rey fue tan especial: porque cada vecino sentía en lo más hondo que, en aquella mañana de mayo, con su orgullosa alegría, estaba contribuyendo a construir un trozo de la historia del pueblo valenciano.
Fuente: https://fppuche.wordpress.com