ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓ
El pasado sábado, en el canal Mezzo de televisión (que me apresuro a recomendar a todo aficionado a la música clásica que se precie) vi y escuché a lo grande, con el apostolado del amplificador Pioneer que tengo conectado al televisor, una excepcional Misa de Réquiem de Verdi, dirigida por Teodor Currentzis al frente del colectivo Musica Aeterna, que el mismo formó y un cuarteto, para mi desconocido, de solistas rusos. El registro se tomó en la iglesia de San Marcos en Milán, precisamente donde fuera estrenada en 1868.
He de confesar que me tuvo en vilo toda la hora y media de su duración. Sensitiva, intensa, apocalíptica, emocional… pero al tiempo (he ahí la novedad) aérea, fantasiosa y espiritual. Soy especialmente devoto de esta obra desde la niñez cuando mi padre compró el aún hoy mítico registro de De Sabata. Entre DVD, CD y vinilos tal vez tenga 17 versiones (perdón por la jactancia), pero ésta me elevó a otra dimensión sensorial en su escucha, revelándome sensaciones antes nunca percibidas.
FUE uno de esos efectos mágicos que uno percibe a consecuencia de tener siempre la mente abierta. Es algo que aprendí de mi maestro el inolvidable Dr. Garín y Ortiz de Taranco. Ahora, al escribir estas sensaciones, me viene a la memoria una frase de mi idolatrada Susanna Tamaro, en su novela de 2002 «Más fuego, más viento», sobre esa actitud: «El mejor antídoto del aburrimiento es la curiosidad: una mente abierta, siempre en movimiento. Quien sigue el camino del conocimiento, no tropieza nunca con él.» Evangélico.