CÉSAR SALVO, CRONISTA DE VILLAR DEL ARZOBISPO
El pueblo permanece en silencio, amanece tibiamente, veo un barco pirata varado a la orilla de una acera. La hoguera en la calle del Carnaval todavía sigue ardiente, ya casi extinta. La brigada de limpieza está terminando su jornada. Las calles parecen otras, alejadas del bullicio de los días pasados… de hace apenas unas horas. Todo comenzó el jueves por la tarde: treinta y ocho churrinazos (cohetes), uno por cada año trascurrido desde aquella primera vez en 1982.
Fue en el Centro Ocupacional para personas con discapacidad, donde todos los años se construye el Chinchoso, personaje que representa lo más negativo del año anterior. Esta vez tal deshonor ha recaído en el grupo de La Manada; hemos de resaltar que el tema de las agresiones machistas ha estado muy presente en estas fiestas de Carnestolendas; solo apuntar que hemos contado con un punto violeta en el centro del espacio carnavalero. Los usuarios del Centro también fabrican una morcilla gigante que, después de ser llevada en procesión por algunas calles, acabará siendo quemada en la plaza de la Iglesia esa misma noche con el jolgorio de los participantes.
Tras la cena, miembros de la Coordinadora y de la Comisión de Carnaval 2019 acompañados de una charanga, llevarán al Chinchoso a hombros hasta los locales de la Asociación del Carnaval de Villar del Arzobispo, donde espera la gran morcilla (aquí se denomina Morca) ataviada a la manera del disfraz de los comisionados. Desde allí y al son de una ensordecedora batucada, acompañada de multitud de público y portada a hombros por las mujeres de la Comisión, la gigantesca Morca será trasladada hasta el lugar en que se realizará el Velatorio y desde donde saldrá el sábado -al filo de la medianoche- para ser quemada en la hoguera. En el trascurso del velorio, una orquesta anima al baile mientras la gente asiste al reparto por parte de la Comisión de congretes (dulce de tradición islámica) y mantecados acompañados de mistela… La fiesta continúa, pero me voy a descansar.
El viernes por la tarde es el momento del Carnaval Infantil que durará hasta el anochecer en que las calles se inundan de botargas (un disfraz autóctono y singular de nuestro Carnaval: almohadones atados al cuerpo para disimular el tipo, una cesta a la cabeza y por encima una sábana o cubrecama) que al grito de “guru, guru, que no me conoses” van molestando al público espectador mientras el tío de la Higuica provoca a los niños que intentar atrapar el higo que pende de la vara colgado de un hilo.
Sobre las diez y media de la noche la gente se congrega alrededor del escenario donde tendrá lugar el esperado Concurso de Murgas. En la presente edición han concurrido cinco grupos que con sus letras jocosas y sus coloridas puestas en escena hicieron las delicias del público; el primer premio estuvo muy reñido entre Las Descarás y Los Canallitas, primeras y últimos respectivamente en actuar, que finalmente recayó en los chicos. Esa noche la verbena duró hasta el amanecer… De manera sigilosa la mañana del sábado comienza con el ir y venir de piezas de trajes de unas casas a otras, o finalizando a toda prisa los últimos retoques del artefacto que una determinada comparsa exhibirá a la tarde en el desfile, mientras el pueblo y de manera ininterrumpida va recibiendo a los miles de visitantes que se desplazan en estas fechas hasta Villar del Arzobispo.
Todos los colores, todas las plumas, todas las imaginaciones en un disfraz o en cientos, pero este año con una importante novedad: prohibido el uso de alcohol en el desfile, una vieja reivindicación finalmente impuesta.
Amenizado por una docena de charangas, bandas y batucadas comienza el desfile antes del anochecer, una colorida parada que en todo su recorrido muestra el derroche de imaginación en los trajes que, como cada año, han sido manufacturados por los propios integrantes de las comparsas… a su finalización tiene lugar la quema del Chinchoso entre la algarabía estruendosa de la batucada y el chispeante Correfocs.
Música rave y disco en el Huerto del Señor, orquesta más al uso en el gran escenario de la calle de las Cruces. La cena por la calle, de los múltiples puntos donde se puede comprar algo para comer… y beber. A las doce en punto, la Morca, llevada a hombros por los comisionados desfila con una lentitud pasamos a hacia el ara del sacrificio. Un entierro que acompañan por delante todos quienes quieran hacerlo portando una antorcha. Son ciento y cientos quienes abren el cortejo con una infernal batucada, mientras que detrás del féretro va un séquito de plañideras llorando a la morcilla que se va porque estamos en cuaresma. Y junto a ellas, una banda de música que combina espacios con acordes lentos y otros de algarabía que aprovechan los mozos para zarandear a la Morca, hasta llegar donde le espera la pira. Y allí, bajo un manto de fuegos artificiales, arde crepitante para hacer desparecer los malos augurios de estos idus de marzo que nos vienen… Por muchos años.