FRANCISCO SALA ANIORTE/CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
En esa noche mágica de Reyes lo que más predomina es la ilusión de los pequeños al ver la cabalgata -aunque sin cabalgar y sin jinetes- pasando por las calles en un encuentro esperado tanto por los niños como por todos, recordándonos la importancia que tiene compartir ilusión, alegría y esperanza.
Las primeras noticias de cabalgatas de Reyes en Torrevieja se remontan a comienzos del pasado siglo. Según Mari Paz Andreu, había en el archivo parroquial unos manuscritos de Manuel Capellín, inspirado compositor torrevejense, y del director de la banda de música José Viudes con villancicos populares, entre los que se destacaba cuando los Magos llenaban de ilusión las imaginaciones infantiles, la estrella con rabo que los guiaba desde «el Torrejón», lugar por donde se aproxima la caravana regia a nuestro pueblo, poniendo en la boca de los pequeños el estribillo de ese cántico tan nuestro: «Ya vienen los Reyes por el Torrejón y al niño le traen un cacho de carbón» o «un cacho de turrón», o «ya vienen los Reyes por el Pozo Dulce y al niño le traen una caña dulce», dependiendo de lo bueno y obediente que hubiera sido.
Acabada la Guerra Civil, las cabalgatas fueron organizadas por la Jefatura Local del Movimiento, en colaboración con el Frente de Juventudes. Siguieron siendo sencillas y los preparativos y salida se hacían en la cala del Palangre en una casa utilizada para vestirse los Reyes y la pequeña corte de pajes y heraldos.
Realizaban el recorrido sobre caballos de Mané el gitano y, como innovación, en 1961, desfilaron sentados en sillones del salón de plenos del Ayuntamiento colocados en una plataforma remolcada por un tractor, acompañados por uno o dos guardias municipales para evitar accidentes.
Cada año discurrían tres reyes, tres pajes, tres cornetas y media docena de pastoras pertenecientes a la Sección Femenina, haciendo su entraba por la calle Ramón y Cajal, provenientes de Oriente, de Levante, por «el Torrejón», recibidos por niños, congregados entre el edificio del Pósito de Pescadores y las ruinas del antiguo baluarte, que con cara de pasmados agitaban banderitas españolas de papel.
La banda de la «Unión Musical Torrevejense» interpretaba una marcha que los niños cantábamos con una letra que más o menos decía: «No comerán patatas, no, que comerán turrón?». Muchos caramelos lanzaban sus majestades luciendo lujosos vestidos y regias capas -por lo menos eso nos parecía a los niños- junto a portadores de antorchas y bengalas, acabando su recorrido en las puertas del templo adorando al Niño.
Después iniciaban un recorrido particular haciendo la entrega de juguetes de la «Campaña de Reyes» a los niños de las familias más desfavorecidas y a los ancianos del Hospital de Caridad, recorriendo después el resto de casas, por los tejados, descolgándose por chimeneas donde aguardaban zapatitos limpios y las banderas españolas con las que habían ido a esperarlos, dejando los regalos y juguetes en balcones o patios o juntos, mientras que todos dormían en un sueño de ilusiones.
En 1973, los Reyes Magos arribaron a bordo de un pesquero de los Tabardos, engalanado con luces y banderolas. Tras dar a sus majestades un paseo por la bahía, desembarcaron en la confluencia del paredón con el muelle, donde les esperaban las autoridades locales y la banda de música para darles la bienvenida.
Los Reyes, que previamente habían enviado a sus emisarios por tierra en un impresionante automóvil «haiga» descapotable de comienzos de los años cincuenta, tras desembarcar estuvieron recorriendo en él las calles hasta el templo parroquial. Esa noche se olía a chocolate y bolitas de anís, a celofán y a muñeco recién estrenado; los sentimientos se disparaban haciendo que los mayores se volvieran infantes, trasladándose a muchos años atrás.