JOSÉ SALVADOR MURGUI, CRONISTA OFICIAL DE CASINOS
Como es habitual, esta mañana he visitado el Cementerio de Casinos, para acompañar a la familia en la noble tarea de limpiar y adecentar los nichos donde reposan mis antepasados y ponerles flores en memoria de su paso por este mundo, su recuerdo adecuado, y pensar en nuestra efímera y pasajera vida, que dicho sea de paso es un camino hacia el otro mundo.
Llevamos algunos años, más pendientes de otras fiestas paganizantes que nos alejan del culto a la muerte, que de honrar a los seres que nos precedieron. Hoy las culturas tanatoriales, que nos resultan tan cómodas como higiénicas, nos hacen ver la muerte desde otro prisma, aunque la realidad de la muerte siempre es la misma, tan dictatorial y entusiasta que viene sin pensarlo, te arrebata la vida y te abraza con la muerte. Los que aún tenemos la suerte de creer, podemos pensar que nos abraza la eternidad… una vida mejor.
Hoy he paseado por el Campo Santo de Casinos, un obra grande, hecha con visión de futuro, amplia, limpia y espaciosa, con unos cipreses altos que la vigilan y se ven desde lejos, una obra que inmortalizó a aquella Corporación Municipal que en 1912, 1913 y 1914, consiguieron aunar sus esfuerzos y criterios, para dejar el lugar del reposo eterno a una distancia adecuada de la urbe de la Villa, bIen comunicada con la misma, y mirando de frente al pequeño montículo que hay a la entrada de Casinos donde está ubicada la ermita de San Roque con el santo defensor que nos libra de pestes y contagios.
Paseando por las anchas aceras me he encontrado con algunos nichos que nos hablan de la historia de Casinos, este año que celebramos el ciento setenta y cinco aniversario de su nacimiento, como Villa independiente de Lliria y con Ayuntamiento Constitucional. De ahí que escriba estas letras en memoria de aquellos que lo hicieron posible. Me he encontrado con algunos de los que fueron Alcaldes a lo largo de la historia, con médicos, farmacéuticos, algún sacerdote, las familias que regalaron los Santos a la Parroquia de Casinos después de 1939, y que algunas lápidas conservan auténticos bocetos de las imágenes que hoy se veneran.
También he visto la lápida de Manuel Jarrín, el hombre que fundó las peladillas de Casinos y que tanta gloria le ha dado a nuestro pueblo más de un siglo después de aquel acontecimiento; lapidas funerarias de hombres ilustres, de mujeres sencillas, de vecinos de Casinos, todos ellos unidos por el nexo del silencio, del respeto y de la más absurda de las vanidades, pues todas ellas quedan envueltas en nada al llegar al Campo Santo, meta final de la vanidad, del orgullo y del poder.
Fiesta de todos los santos, recuerdos de tantas personas que nos precedieron en la vida, angustia de pensar en esa hora, serenidad para esperarla con dignidad, fortaleza para vivir aquellas muertes que nos tocan de cerca. Son tantas y tantas muertes las que conocemos a diario, que el pensamiento se aferra a las gana de vivir con intensidad; de esta visita (una más de las muchas que hago al cementerio) me quedo con la paz de que la muerte es la puerta de la eternidad; que la muerte de muchas pasiones y egoísmos, es la puerta que nos abre una tremenda libertad… y que la muerte a este mundo es el trance necesario para cruzar el umbral , que todos hemos de llegar para sentirnos en la más ambiciosa condición de igualdad.
Iguales ante la muerte… Muerte encontrada en vida, vida que conduce a la muerte. Y una pregunta ¿el cielo, lo encontramos en este mundo o en el otro? Seguramente el cielo lo encontramos cuando sepamos entender la muerte de aquello que nos aleja de la vida, cuando entendemos que el mundo es para vivirlo y no para destruirlo… cuando nos damos cuenta que vivimos una vida tan intensa y realizada, cargada de buenas obras, que no nos da tiempo a pensar que nos morimos… ese es el cielo… eso es lo que he descubierto esta mañana, cuando paseando por el Campo Santo, he recordado que hace XXV años el Santísimo Cristo de la Paz, llego hasta ese lugar, para recordarnos, que la muerte es el paso a la vida.
Acabo con un soneto de Miguel de Maraña del 9 de mayo de 1679, que descubrí el otro día en el Hospital de la Santa Caridad de Sevilla, soneto que me impresionó:
Vive el rico en cuidados anegado;
vive el pobre en miserias sumergido.
El monarca en lisonjas embebido,
y a tristes penas, el pastor atado.
El soldado en los triunfos congojado.
Vive el letrado a lo civil unido.
El sabio en providencias oprimido.
Vive el necio sin uso a lo criado.
El religioso vive con prisiones,
en el trabajo boga oficial fuerte,
y de todos la muerte es acogida.
¿Y que es morir? Dejarnos las pasiones,
luego el vivir es una larga muerte,
luego el morir es una dulce vida.
Fuente: http://www.elperiodicodeaqui.com