El CRONISTA JOSÉ SÁNCHEZ ADELL(ya fallecido) estudió el pergamino en el Archivo de la Corona de Aragón, fechado en Tarragona, con 6 repartidores de tierras de la Plana. La auténtica carta puebla está datada en 1239, y en ella, el rey En Jaume entrega a Nuño Sancho el derecho de colonización a 54 nuevos pobladores.
EL DOCUMENTO ORIGINAL. Imagen del documento original del Privilegi de Trasllat del Castell Vell a las tierras de la Plana, que se encuentra en el Archivo Histórico Nacional de España. –
ANTONIO GASCÓ (CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓ)
El 16 de julio de 1233, el rey Jaume I tomó a los musulmanes la plaza de Burriana, un punto importante para su plan de conquista, y su ocupación le otorgó briosos ánimos a sus mesnadas. De hecho, en poco tiempo, en rápidas escaramuzas, se rinden varias plazas del entorno, entre ellas Castellón, como señala el Libre dels Feits: «Faïem cavalgades e guanyam Castelló de Borriana e Borriol e les Coves de Vinromà e l’Alcalatén e Vilahameç».
Por lo que se refiere al área de Castellón, tras enseñorearse el monarca del territorio, encomendó la amplia alquería de Fadrell, vecina a la circunscripción de Almassora, a la orden militar de Santiago de Uclés y el resto del término, con el Castell Vell incluido, a su tío el infante Nuño Sancho, conde del Rosellón, quien pasó a ser el primer señor efectivo de Castellón y otorgó su primera carta de población, a fin de posibilitar el nacimiento del municipio cristiano. En este pergamino, estudiado por el inol-vidable cronista José Sánchez Adell en el Archivo de la Corona de Aragón, y fechado en Tarragona el 8 de marzo de 1239, el noble autoriza la colonización a 54 personas y concede heredades con 60 jovadas de jardines, tierras cultivadas, yermas, aguas y canalizaciones, pastos, bosques zonas de caza, construcciones y caminos y 54 casas en el castrum de Castellón y el amurallamiento del lugar en el área, hasta hoy no categóricamente identificada, de la alquería de Benimahomet. El conde recibió por estas donaciones un pago de 1.067 sueldos barceloneses. En suma, cabe señalar que fueron seis los repartidores y 54 los colonos a quienes se otorgaron tierras.
Era evidente que muchos terrenos fueron expropiados a los musulmanes que los habitaban con anterioridad. Los más afectados huyeron hacia el sur con todos sus bienes, a lugares aún islámicos, mientras que los menos perjudicados permanecieron.
En la carta, con terminología jurídica genuinamente feudal, se significan detalles como los nombres de los seis repartidores de tierras, beneficiados respecto a los demás, que son los primeros habitantes de Castellón de nombre conocido: Bernat y Simó de Santadigna, Bernat de Benviure, Ramón de Riba, Ramón Mir y Guillem de Barberà.
Asimismo, se hallan referencias sobre las cargas fiscales, derechos del molino, del horno, el mercado, la herrería, el régimen de acequias, la justicia y la construcción de la muralla.
Este poblamiento, verificado inicialmente, no llegó a fructificar de forma perenne, sin que sepamos por qué. No obstante, sus términos sirvieron de base para el futuro asentamiento del traslado acaecido 12 años más tarde.
Once años después, la frontera de la Reconquista había descendido, hasta el final de las actuales comarcas alicantinas, lo que alejaba el peligro de combates. El interés de las tierras de la Plana aumentaba su atractivo frente a los castillos montaraces. La llanura, que desde tiempos islámicos debió tener cierto desarrollo agrario, se imponía como sede de una ciudad, teniendo en cuenta que, frente al poblamiento disperso habitual, el sistema feudal cristiano favorecía el avecindamiento en núcleos amurallados.
El Privilegio de Traslado
Todo es consecuencia del generoso privilegio de traslado concedido por Jaume I, en el que faculta a su lugarteniente en el reino de Valencia, Ximén Pérez de Arenós, a iniciar la construcción de la nueva villa donde le parezca oportuno, en el ámbito de la llanura feudataria del Castell Vell.
Este es el contenido del documento, conservado en el Archivo Histórico Nacional: «Sepan todos que Nos, Jaime por la gracia de Dios, Rey de Aragón, Mallorca y Valencia, Conde de Barcelona y de Urgel y señor de Montpellier, por Nos y los nuestros, damos licencia e íntegra potestad a Vos estimado don Ximén Pérez de Arenós, nuestro lugarteniente en el Reino de Valencia, para que podáis cambiar la villa a cualquier lugar que os parezca, dentro del término del mismo castillo de Castellón. Concediendo que todos los pobladores que en dicha villa habitasen o en ella tuviesen casas y huertos, tengan los mismos y los sucesores de ellos perpetuamente francos y libres sin ningún censo, tributo, uso, servicio y cualquier otra exacción, la cual a nosotros y a los nuestros o a otras personas por las mismas casas y huertos nunca a pagar estén obligados.
Dado en Lérida, a 8 de septiembre del año del Señor de 1251».
Este texto ha sido tomado como una carta de población, desde que el notario y cronista del siglo XVIII José Llorens de Clavell supusiera que la frase «para que podáis cambiar la villa de Castellón de Burriana, a cualquier lugar que os parezca, dentro del término del mismo castillo de Castellón» equivalía a referir un descenso del monte al llano y, por tanto, a la fundación del poblado. Es en ese periodo de la Ilustración cuando la romería hasta la ermita de la Magdalena, que desde el medievo se celebraba con propósito penitencial, cambió su motivación, convirtiéndose en una celebración fundacional, como peregrinación de acción de gracias.
En el siglo XIX, en pleno hervor de la fantasía romántica, nació la leyenda, ya relatada por Arcadio Llistar en su Historia de Castellón, de la bajada de los primeros moradores del monte al llano, portando cañas en las manos para tantear el terreno. A estos endebles báculos, la imaginación literaria de numerosos autores que se ocuparon del tema, en particular a partir de las renovadas fiestas de la Magdalena en 1945, añadieron las luminarias, para intentar conferir raigambre histórica al nacimiento de las gaiatas, justificadas como faroles para alumbrarse en una noche que se imaginó tempestuosa y aciaga. No cuesta más de tres horas recorrer los ocho kilómetros que separan el Castell Vell de la ciudad de Castellón. No creemos a nuestros antepasados tan poco despiertos como para trasladarse (si es que realmente se trasladaron) de noche, cuando pudieron hacerlo a la luz del día. Pero, en verdad, la leyenda de las cañas, los farolillos y la oscuridad tormentosa queda tan ilusoria como poética.
Lo legítimamente documentado e histórico, es que la auténtica carta puebla de Castellón, con el propósito feudal que ello implica, sería la ya citada del infante Nuño Sancho de 1239, que no tuvo las consecuencias previstas y que el privilegio de traslado de 1251 supone la legitimidad de la ubicación y el asentamiento de los moradores cristianos en el área de la alquería de Benirabe, ratificando «de iure» una situación que ya existía «de facto».
«Troves de mossén Febrer»
De hecho, como se ha dicho, La Plana ya estaba poblada y en ella existía un incipiente núcleo de agrupación urbana. El nuevo avecindamiento de emigrantes, no hizo sino aumentar la necesidad de desarrollar, en mayor medida, el asentamiento en un lugar más conveniente, que la monarquía cristiana estructuró de acuerdo al criterio feudal de su política. El bisoño «lloch» debió tomar como base un núcleo de casas ya existentes y otras diseminadas, junto a un camino, que andando el tiempo se convirtió en la calle Mayor.
Pese a no ser históricamente ciertas, Les troves de mossén Febrer, que tanto encantaron a los historiadores del siglo XIX, bien indican cómo la tarea fundacional fue encomendada a un noble, Alonso de Arrufat. Dice: Los camps trastocats son los pundonors / de Alonso de Arrufat é los grans favors / de Jaume rebuts manifesta ell / ser de bon ingeni; la cura e la traça / per a edificar de Castelló el lloc / se li encomana: el desembarassa / tota aquelLa Plana de molta pinassa / e escorrent les aigües que crien renocs / les llança a la mar donant-les desbocs».
Hoy se sabe que estos versos, que se presumieron contemporáneos de los hechos que narran, son apócrifos y que Les Troves se deben a Onofre Esquerdo i Sapena (1635-1699), erudito heraldista y cronista de la ciudad de Valencia, que las escribió cuatro siglos después de lo que Jaime Febrer cuenta como vivido por él. Sin embargo, tanto la obra como el personaje de Alonso de Arrufat, siguen gozando de una gran prosopopeya en Castellón, singularmente en el ámbito de la popular asociación cultural de la Germandat dels Cavallers de la Conquesta, que hicieron uso de este conjunto de poemas para tener la relación nominal de los nobles que debieron formar parte del séquito del rey conquistador y que hoy personifican los más veteranos miembros de la sociedad, encarnando sus nombres y los blasones de sus heráldicas en los estandartes, asimismo conocidos como troves.