SECRETOS SOTERRADOS BAJO LA HISTÓRICA NAU UNIVERSITARIA

Interior del edificio de la Nau. / jesús signes

ÓSCAR CALVÉ

El setabense VICENTE BOIX (1813-1880) FUE UN EXCELSO CRONISTA DE VALENCIA. Presidente honorario de Lo Rat Penat (sociedad cultural dedicada a la cultura valenciana sobre la que ya les he escrito en otra ocasión), legó para el futuro óptimas descripciones de nuestro territorio en su célebre obra ‘Valencia histórica’. En uno de sus capítulos, el insigne historiador reparó en la cierta proliferación que antaño hubo de baños -algunos públicos- en la ciudad. Los de San Lorenzo en la actual calle Náquera, los de la Zaidía (empleados supuestamente por El Cid a finales del siglo XI), los d’En Llàcer, los de la plaça de la Figuera (actual principio de la calle del Mar), los aún presentes de l’Almirall, etc. Aquellos espacios higiénicos formaron parte de la cotidianidad de nuestros antepasados más remotos. Boix cita particularmente el Bany del Studi, ubicado junto a la Nau de la Universitat, la histórica sede académica levantada en torno a 1500. Este Bany del Studi se llamaba anteriormente el Bany de mossèn Saranyó o de Na Palaua, y funcionaría, al menos por un tiempo, como baño público femenino. En 1485 un documento notificaba algunas condiciones del arrendamiento trienal de este espacio público: «…E més, que totes les dones de casa mia se puixen lavar en lo dit bany franques, sens pagar cosa alguna. E que en la fi dels dits tres anys siau tenguts e obligats restituir la sénia en la forma que ara vos és dada, ço és ab bones cordes, caduffs nous, dotze pasteres rebedores e sis poals. Bany de Na Palaua». Rebautizado como Bany del Estudi, estuvo operativo hasta bien entrado el siglo XVII. Sin embargo, aquellos ‘caduffs’ de los que da cuenta la noticia medieval, tras permanecer escondidos varias centurias en el subsuelo de la Nau (y algunos años en almacenes valencianos), podrán darse a conocer al gran público. Eso sí, para saber que es un ‘caduff’ les sugiero que lleguen al final del reportaje, anécdota incluida. Sea como fuere, es sólo uno de los secretos soterrados bajo la histórica Nau.

Aportaciones como esta se obtendrán en buena medida gracias a la labor de Diana Pérez y Lucas Saéz, dos jóvenes investigadores que mañana abrirán una de las 150 cajas sobre las que trabajan cada día. Cajas que fueron obtenidas mediante unas urgentes campañas arqueológicas realizadas en 1998 en la Nau. Con certeza sabemos que hay lucernas de época islámica, cerámica andalusí, bajomedieval de Manises, de Paterna, de Teruel, utensilios de diversos materiales y épocas, incluso restos óseos (de animales y humanos). Todos hallados hace dos décadas. Exactamente el período que ha habido que esperar para que al menos se realice una primera criba de los vestigios susceptibles de ilustrar como se vivía en una zona determinada: aquella que durante la Edad Media estaba ocupada por casas y donde a partir de la Edad Moderna se constituyó la histórica Nau. Al respecto, que el Estudi General se levantase en el corazón del desaparecido barrio hebreo fue una decisión cavilada para borrar el recuerdo del asentamiento judío mediante una nueva institución de carácter municipal, impulsada a la sazón por un papa valenciano (Alejandro VI) y sancionada por los propios Reyes Católicos. Esa costumbre de quitar del recuerdo al «rival», práctica común en la historia, ya había sido impulsada por el propio Jaime I contra el pasado islámico valenciano. Pero la arqueología, como el algodón, nunca, o casi nunca engaña.

 

La actual empresa comenzó meses atrás mediante el impulso del Vicerrectorado de Cultura e Igualdad de la Universitat de València, cuando se decidió -o quizá cuando se pudo-, intervenir sobre el impresionante volumen material recogido en el año 1998, hasta hace bien poco repartido por varios depósitos de la Generalitat. Ahora ya está reagrupado en el SIAM (Servicio de Investigación Arqueológica Municipal) donde ha de ponerse en relación con los restos de otra campaña arqueológica en La Nau que tuvo lugar en 1987 y que tampoco se ha dado a conocer todavía, aunque sí se procesó en su momento. Diana y Lucas, asesorados por Antonio Ariño y Daniel Benito -Vicerrector de Cultura y Conservador del Patrimonio, respectivamente-, son los encargados de hacer una rigurosa selección sobre este material de 1998 que adolecía incluso de inventariado. Un aspecto que, a la par que hace más difícil su labor, la hace más estimulante. Pueden suponer que cada apertura de caja, y faltan 50, se afronta con renovadas ilusiones por lo que pueda contener. Lo que queda allí dentro es toda una incógnita, pero a tenor de lo que ha aparecido hasta el momento es más que viable una reconstrucción historiográfica de esa zona urbana. Pocas estrategias de difusión patrimonial son tan efectivas y sugerentes como la de poner en diálogo los restos materiales obtenidos por la arqueología con lo que conocemos gracias a la labor de los historiadores.

Un auténtico puzle

Muchas cajas albergan hasta 1.000 fragmentos de diversos tamaños y de múltiples piezas. Algunas pueden reconstruirse, otras, de las que apenas han sobrevivido unos pocos añicos, no. Para colmo de dificultades, en ningún caso se produjo una «cápsula de tiempo», y los vestigios, al igual que las capas estratigráficas, se entremezclaron. Así que, con mucha preparación, paciencia y esmero, Diana y Lucas comienzan a dotar de una nueva vida a algunos objetos creados, manipulados y usados por nuestros antepasados. Objetos que por sí solos disponen de cierto valor patrimonial, pero que en su conjunto podrían ofrecer un recorrido transversal de la historia urbana, por ejemplo a través de la cerámica de diversa procedencia y cronología. Ver candiles de aceite empleados por los musulmanes antes de la llegada de Jaime I, vajillas de mesa de períodos posteriores que incluían ataifores de Manises (platos llanos grandes de origen andalusí que pasaron a la cristiandad bajomedieval), cuencos de Paterna, jarrones elaborados en Teruel o pequeños vasos de cristal de época moderna, es algo que probablemente puedan hacer en un buen museo. Sin ir más lejos, el cercano Museo Nacional de Cerámica González Martí. Pero, a diferencia de este, donde se exponen piezas procedentes de muchos lugares, los restos extraídos y por descubrir de la Nau, provienen de un mismo lugar, de un enclave fundamental del centro de Valencia que acota el campo de estudio para asimilar en profundidad, desde tendencias comerciales a evoluciones materiales, pasando por modas de consumo. En resumen, desgranar pautas culturales de las diversas sociedades que han ocupado ya no nuestra ciudad, sino esas manzanas de Valencia. No crean que exagero.

Restos óseos

El hecho es que Diana Pérez y Lucas Saéz también han desempolvado un notable número de huesos de animales destinados para consumo humano, un aspecto que puede parecer banal. Por el contrario, estos restos aclaran no sólo qué se comía en diversas épocas, sino cómo y porqué se despedazaban los animales en variados modos y por cuestiones específicas. También hay restos humanos en las cajas que nos ocupan, al menos de dos personas, pero hasta que no se hagan pertinentes pruebas no sabremos ni tan siquiera a qué período pertenecen esos tres fémures que pueden estar en relación con algunos clavos que pudieron formar parte de un ataúd. Así las cosas, para una segunda fase que ya está en planificación, será necesaria la participación de un equipo más amplio que explotase las posibilidades que ofrecen todos estos materiales. Hasta ahora, el único material metálico hallado son los citados clavos, pero los arqueólogos no pierden la esperanza de encontrar objetos de más valor, como por ejemplo monedas.

Lo prometido es deuda. ¿Qué es un ‘caduff’? Uno de los objetos que más dudas sembró entre los jóvenes arqueólogos fueron unas especies de macetas muy fragmentadas cuya funcionalidad no estaba determinada. Tras la oportuna orientación, descubrieron que eran arcaduces o cangilones de noria, una especie de vasija de barro, que, unidas entre sí mediante cinchas o cuerdas, servían para extraer agua. Muy probablemente, son los “caduffes” al servicio del baño de Na Palaua, pues presentan una tipología similar a las de otro baño valenciano contemporáneo.

Sería deseable que, una vez finalizadas todas las labores, las instituciones pertinentes se dispusieran a proporcionar a la sociedad todos los secretos sabidos -y aún por saber- que el inquebrantable paso del tiempo fue sumergiendo en el subsuelo de la Nau. A la espera, estas líneas pueden servir de modesto aperitivo.

Fuente: http://www.lasprovincias.es