ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Aquellos que estamos entrados en carnes siempre agradecemos, cuando nos ponemos bajo los designios de la báscula, que ésta acuse como resultado un kilo o dos menos, incluso unos pocos de gramos, aunque con ello nos estemos engañando nosotros mismos, pues nuestro peso es el que es y no valen engañifas. No creo que ocurra esto con los luchadores de sumo japonés, para los que tiene gran importancia su volumen y los kilos. Incluso, en el boxeo se estableció una clasificación en los Juegos Olímpicos de San Luis, en 1904, en función del peso de los púgiles, dando lugar con ello a las categorías de pesado, medio pesado, wélter, ligero, pluma, gallo y mosca.
Pero el peso es el peso, aunque sea una redundancia, máxime si decimos sobre una persona o alguna cosa que lo vale en oro. Expresión ésta de ‘su peso en oro’, que aplicada a los futbolistas puede adquirir cantidades astronómicas y desorbitadas, incluyendo el presunto fraude fiscal. A veces, cuando empleamos estas expresiones desconocemos su origen, y al descubrirlo nos hace gracia el saber que podría proceder del medievo, cuando se secuestraba a una persona y como rescate se exigía su peso en oro. Todo ello cae dentro de lo anecdótico, como el decir que alguna manifestación cae por su propio peso en el sentido de que es razonable o presenta evidencia de lo verdadero. O bien cuando nos referimos al peso muerto que no hay que confundir con el de un difunto, sino que es la máxima carga de un barco mercante.
Mas vamos a lo que nos ocupa, que tiene relación con muchos productos de consumo alimenticio. Aquí comenzamos a ver en los envases el peso neto, el escurrido, la cantidad neta, o los gramos de producto escurrido, pues de todas estas formas podemos encontrarlo. Siempre, a lo largo de la historia cotidiana, ha existido preocupación por el control de aquellos elementos que facilitaban conocer la exactitud de lo que se estaba mercando, evitando así el engaño. Sin ir más lejos, en la Orihuela de 1757, debido a algunas quejas que se habían producido sobre el abuso en los pesos, cantidades, calidades de los géneros que se vendían al público en las confiterías, y máxime teniendo en consideración que se consideraba que, en su mayor parte, dichos productos servían para alivio de los enfermos; motivó que se efectuase una inspección en los establecimientos donde se expendían dichos productos.
Para ello, en el cabildo extraordinario del 1 de enero del citado año, en los remates de los arrendamientos de propios y rentas, se resolvió que había que tomar cartas en el asunto. Para ello se comisionó al capitular Joseph Juan Balaguer, regidor, como fiel ejecutor, para que a la mayor brevedad reconociera los pesos y pesas de los confiteros y que hiciera visura de los dulces, bizcochos y demás géneros, así como los precios con que se vendían. Para llevar a cabo su misión, el citado regidor fue acompañado por el alguacil mayor Thomás de Cervantes, por el alguacil ordinario Fernando Navarro, por los maceros Joseph Rodríguez y Francisco Sánchez y por Blas Ramón, fiel refinador de pesos, pesas y medidas. En aquella época en Orihuela existían nueve confiterías, que estaban regentadas por Joachin Roca, la viuda de Andrés Francés, Jerónimo Fuentes, Pedro Sánchez, Nicolás Meseguer, Nicolás Clemente, Luis Fuertes, Pablo Vigo y Pedro Francés. Este último tenía su establecimiento en la calle Mayor. De todos ellos, Nicolás Meseguer manifestó, tras serle comprobado el peso y las pesas de su establecimiento, que no tenía género alguno que vender «en su aparatada (sic) tienda». Por esto, se le comunicó que si deseaba fabricar posteriormente se sujetase a lo establecido sobre la regulación de precios.
El protocolo con que se llevaba a cabo la inspección se iniciaba con la comprobación por parte del fiel refinador de las pesas y pesos, y la solicitud de información sobre los precios de los productos. De éstos solo se menciona de forma genérica a los dulces y se especifica más los bizcochos y el azúcar esponjado, que podríamos identificarlo como los azucarillos, o porción de una masa esponjosa confeccionada con almíbar, clara de huevo y zumo de limón. Una vez que el regidor era informado de los precios, en base al cómputo y regulación de los que, en esos momentos tenía el azúcar y demás materias primas, como los huevos, ordenaba que la libra de doce onzas de azúcar esponjado se vendiese a 60 dineros y los demás dulces y bizcochos a 56 dineros, incurriendo en una multa de 10 reales si se excedía de dichos precios. En aquellos casos en que se superaba los mismos, los confiteros alegaban la carestía del azúcar y de los huevos. De todas las confiterías inspeccionadas, únicamente en la de Luis Fuertes se detectó una pesa de doce onzas con una falta de doce adarmes. Así mismo, cuando se les preguntaba si tenían algún privilegio para vender a un precio determinado, la respuesta era siempre la misma: la costumbre del arreglo de los precios de los maestros del gremio según la carestía de las materias primas.
Así, se aseguraba un precio fijo para todas las confiterías, garantizando a los clientes que el peso era correcto, con lo cual la actuación «se caía de su propio peso», aunque el azúcar esponjado y los bizcochos no lo tuvieran en oro.
Fuente: http://www.laverdad.es