Ignacio de Monzón levitando. Reproducción de &ldquoSan Francisco y su Orden Tercera&rdquo, 1934
ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
En los albores del siglo XVII, en el Reino de Valencia surgen una serie de personajes que traspasan las paredes de las iglesias y conventos, siendo considerados por sus coetáneos figuras portadoras de virtud. Entre ellos, en Orihuela, encontramos en esa época a dos religiosos cuya muerte fue considerada como en olor de santidad: la oriolana sor Juana Guillén, religiosa agustina del convento de San Sebastián y al capuchino Ignacio de Monzón, que tras una dilatada vida religiosa, arriba a nuestra ciudad en los últimos años de su existencia. Este último, a lo largo de sus 86 años, de los que 64 estuvo dedicado al servicio de los demás como capuchino dejó constancia, según sus coetáneos, de una vida ejemplar acompañada de múltiples profecías y milagros, que también se sucedieron después de su óbito.
Natural de la villa aragonesa de Mozón, estimamos que nació en 1527. Fecha ésta que justificamos basándonos en los siguientes datos que aceptamos como ciertos: el primero, el de su muerte, acaecida en 1613. El segundo, dado por algunos autores, sobre los años que vivió, que fueron 86. El tercero, el tiempo que perteneció a la Orden de los menores capuchinos, que fue durante 64 años, sabiendo que entró como religioso de coro a los 20.
Fray Ignacio, tras realizar estudios de Latinidad marchó a Nápoles y Milán, donde estuvo sirviendo al Rey durante algún tiempo. Tras la milicia, en esta última profesó en la orden de los frailes menores capuchinos. Allí estudió Artes, y estuvo relacionado con el que sería después San Carlos Borromeo. A partir de aquí, inicia una intensa vida conventual y espiritual. De regreso a España, es uno de los primeros padres en fundar las provincias de menores capuchinos de Cataluña y Valencia, y en distintos momentos de su vida, fue conventual en los conventos de Villafranca del Penedés, Onteniente, Ollería, Santa María Magdalena de Masamagrell y Valencia, en la que estuvo relacionado con el patriarca Juan de Ribera. A una edad muy avanzada (más de ochenta años), se le encomendó el traslado a la nueva fundación capuchina en Orihuela, de cuyo convento del Dulce Nombre de Jesús fue presidente, y en el que, tras una dolorosa enfermedad, falleció a las cuatro de la mañana del día 18 de diciembre de 1613. A los pocos días de su muerte fue abierto su proceso de beatificación, pues se le atribuían cientos de milagros y un gran número de profecías. Sin embargo, basándonos en la biografía que se publicó del mismo en Roma, en 1893, contabilizamos 106 milagros, de los que 8 corresponden a profecías seguidas por el hecho prodigioso. De ellos, le son atribuidos 45 en vida y 61 después de muerto.
Los gestos y elementos de los que se auxiliaba el capuchino para consumar sus milagros en vida eran, sobre todo, unas cédulas de pequeño tamaño en las escribía el nombre de Jesús, las entregaba y recomendaba que las bebiesen con un poco de agua para que sanasen los enfermos. Bendecía o hacía la señal de la cruz, o tocaba aquellas partes del cuerpo que estuvieran afectadas, y daba lectura a los evangelios. En ocasiones, hacía entrega de su cordón para que se lo ciñeran o lo depositaran sobre el cuerpo los enfermos y de las parturientas. Tras su fallecimiento, además de las cédulas que en vida había entregado y que se habían conservado, las reliquias que se empleaban para invocar su intercesión era también dicho cordón del hábito, fragmentos del mismo, sus sandalias o chinelas, «un largo o medida del cuerpo», algunos cabellos y el bastón que utilizaba en sus últimos años. Asimismo, también obró milagros a favor de personas que visitaron su sepulcro en la Catedral oriolana, rezando ante el mismo, tocándolo o untándose con el aceite de la lámpara que lo iluminaba.
Estaba favorecido por el don de la profecía y, en algunos casos, vaticinaba la muerte de personas. Se le atribuyen tres resucitaciones, diez apariciones después de muerto, revelaciones, la aparición de Jesús con la cruz sobre los hombros y de la Virgen. Por otro lado, entraba en éxtasis durante el sacrificio de la misa y en una procesión del Corpus Christi en Orihuela.
Al fallecer, su cuerpo fue materialmente secuestrado por los Cabildos Civil y Eclesiástico oriolanos, que lo retiraron de la iglesia del convento para ser depositado en la Catedral. Al cabo de los años, sus restos fueron requeridos por los capuchinos, siéndoles devuelto, y guardado en la capilla de la Virgen de la Fe del convento, quedando un brazo y el corazón como reliquia en la primera iglesia de la Diócesis. Los restos existentes en la iglesia de capuchinos fueron esparcidos durante la Guerra Civil y las reliquias catedralicias presuponemos se encuentran en la capilla de la Comunión en el interior del sepulcro del obispo Antonio Sánchez de Castellar. Su proceso de beatificación se inició a los cinco días de su muerte, concluyéndose la información en 1618. Sin embargo, quedó prácticamente en el olvido en el Archivo Catedral de Orihuela, aunque en cierto momento fue solicitada una copia de dicho proceso por los capuchinos. En 1890, a instancias del cardenal capuchino Vives y Tutó, volvió a retomarse el proceso. Pero, no será hasta 1915, cuando se nombre como postulador a fray Eugenio de Valencia, concluyéndose el expediente al año siguiente, siéndole entregado en mano al nuncio Francesco Ragonesi, el 6 de marzo de 1916, para su remisión a la sagrada Congregación de Rito.
Después de tres siglos de iniciado el proceso, llegaba a Roma y, actualmente ignoramos en qué situación se encuentra.
Fuente: http://www.laverdad.es