Años cincuenta del s. XX. Procesión del Corpus a su salida del templo de la Inmaculada. / Foto: A. Celdrán – Colección de la Agrupación Fotográfica de Torrevieja.
LAS ERAS FRANCISCO SALA ANIORTE CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
En Torrevieja, desde las primeras procesiones del Corpus, la Cofradía del Santísimo, fundada en el año 1791, costeaba la cera para el alumbrado y el junco para esparcirlo por la iglesia y las calles por donde pasaba la procesión.
Sin duda, la celebración de la fiesta del Corpus Christi era una de las manifestaciones cívico-religiosa más importantes en los siglos XVIII y XIX y su carácter religioso tenía como fin principal rendir culto al misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, unida a un sentido festivo en el que participaban todos los estamentos de la ciudad.
Las corporaciones democráticas han participado los domingos siguientes al jueves de Corpus Christi en la procesión con una carrera cubierta, en un principio de junco, y con altares levantados en su recorrido. Varios han sido los alcaldes que han presidido la procesión en los años electorales: Rosa Mazón, Joaquín García, Pedro Hernández y Eduardo Dolón, cerrando el cortejo que acompaña al Santísimo, acompañados por los concejales de los distintos partidos con representación municipal y otras autoridades.
Este año 2015, como es tradicional, las calles estarán engalanadas de flores y todos los niños y niñas que han tomado su primera comunión desfilarán iniciando el cortejo, y por vez primera todavía desconoceremos la Corporación que nos regirá en los próximos cuatro años. Esta desazón e interinidad hace recordar los sucesos ocurridos entre concejales rivales en la procesión del Día del Corpus del año 1863.
El 4 de junio de 1863 Torrevieja celebró, como siempre, el Día del Corpus. El cabildo torrevejense se reunió la víspera de la festividad del Hábeas acordando que asistiese la Corporación a la misa y procesión como era costumbre.
Llegada la hora concertada para reunirse el cabildo e ir al templo, a oír misa y presidir la procesión, en las salas consistoriales se presentaron el alcalde y varios concejales. En vano esperó la primera autoridad y sus ediles adscritos al resto de regidores: Miguel González, Francisco Marí, José Hernández, Javier Oliver e Idelfonso Cortés, pues se habían reunido en la casa del primero, cerca de la sala capitular. Sobra decir que ambos grupos eran de pensamientos políticos opuestos.
No pudiendo esperar por más tiempo y coincidiendo todos que los citados concejales no trataban de asistir a la función religiosa, dio la orden el alcalde para que los allí reunidos se dirigieran a la iglesia. Al poco de haber tomado asiento en los bancos vieron, con sorpresa, que los regidores que habían faltado a la cita ocupaban sus puestos formando una segunda Corporación.
Terminado el acto religioso se retiraron del templo sin esperar que lo hiciese la presidencia y, sin acompañar en la procesión, se marcharon de nuevo a casa del concejal González; ofendieron la dignidad del alcalde y del resto de la Corporación, haciendo públicamente alarde de «no respetar el decoro y prestigio del que debe estar rodeada la municipalidad».
No fueron estos los primeros actos con que los concejales referidos faltaban gravemente al respeto y dignidad de la Corporación. El 27 de enero les había sido impuesto por el gobernador provincial cien reales de multa a cada uno por parecidos motivos.
Volviendo a aquel día, siguiendo una costumbre social establecida y terminada la procesión, el Ayuntamiento invitó a un refresco a los portadores del palio y demás autoridades. El alcalde encargó al regidor de Festividades, Javier Oliver, a que dentro de su profesión como confitero hiciese una tortada, algunos pasteles y sorbetes con todo lo necesario para que el refrigerio fuese servido en la Casa Consistorial tras la función pública.
Entre los convidados se encontraba el capitán de carabineros, el comandante del resguardo de sales, el oficial inspector de la administración de sales, el oficial primero de la administración de sales, el administrador de aduanas, el interventor de la aduana, el notario, el comerciante Luis Ibáñez, el cura párroco y el resto del clero de Torrevieja. Todos, unidos a la Corporación, se presentaron en el sitio designado y lo encontraron, con gran sorpresa, a oscuras y sin haber nada dispuesto.
Visto esto, el alcalde mandó al portero de la Casa Consistorial que fuese a la casa de Javier Oliver, y le mandó decir que inmediatamente llevara velas para encender luces y remitiese la tortada y bandejas de pasteles que tenía encargados, que debían de haber estado ya dispuestos en razón de estar todos reunidos.
Con gran extrañeza contestó Oliver al portero que no tenía velas -siendo cerero-, ni tortada, ni dulces, ni nada dispuesto -siendo confitero-. En tal situación la primera autoridad le mandó llamar para reprenderle por el desaire y falta de cumplimiento y, en presencia de todos, volvió a manifestar que nada absolutamente tenía, por lo que, como satisfacción ante los presentes, le respondió al alcalde haciéndole ver que había puesto en completo ridículo a la autoridad y a la Corporación, causado una grosería a los convidados que representaban a las personas más dignas e importantes de la población.
Se comprende cual debió ser la situación de la autoridad y del cabildo en presencia del resto de personalidades, siendo imposible materialmente proporcionar nada, por no haber más confitero en Torrevieja que el citado regidor Oliver, y por ello, solo le fue posible al alcalde reunir unos bizcochos y algunos helados para cumplir como pudo con los dignatarios civiles, militares y eclesiásticos
A la misma hora de esto sucedía, en casa del regidor González, reunidos los otros concejales y algunos de sus amigos, que estuvieron refrescándose con la misma tortada, dulces y refrescos que había preparado para la Corporación y sus convidados.
Es por estos años, entre 1861 y 1866, cuando ingresaron en la Hermandad del Santísimo 38 nuevos miembros, entre ellos Eduardo Dolón Balaguer, de padre ilicitano y de profesión cortador y carnicero, que vivía afincado en Torrevieja, en la calle Chapalangarra hoy llamada Blasco Ibáñez, hasta su muerte a la edad de cincuenta años en 1889, ascendente directo del actual alcalde en funciones.
Fuente: http://www.laverdad.es