FRANCISCO SALA ANIORTE CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
El 21 de enero de 1841 naufragó en la costa de África, cerca de Cabo Falcón, el falucho ‘Purísima Concepción’, patroneado por Manuel Puigcerver, que había salido de Torrevieja para Orán. De las veinte personas que iban a bordo perecieron doce, entre marineros, mujeres y niños. Las ocho que se salvaron llegaron a Orán en el más deplorable estado; pero tuvieron el consuelo de encontrar una hospitalidad afectuosa: La administración civil francesa que les prodigó socorros. Se abrió una suscripción en su favor, y el general Lamocière, comandante de la división de Orán, puso a disposición del subdirector de la provincia la cantidad de 796 francos con 95 céntimos para repartir a los desgraciados, remesando el subdirector español al vicecónsul de aquella ciudad 338 francos con 75 céntimos. Tres de estos desgraciados regresaron al poco tiempo a España.
El 29 de abril de 1843, a las ocho de la mañana, naufragó frente a la población del Palo (Málaga) un pailebote que procedía de Torrevieja, con siete hombres de tripulación y cinco pasajeros. Llevaba cargamento de cáñamo, alpargatas, esteras de junco, pleita y otros efectos.
La causa de este naufragio parece que fue el mal estado del buque que empezó a hacer agua, lo que se advirtió hasta que voleó de costado. En esa triste y desesperada situación, y sin auxilio alguno para salvarse, todos pensaron salir nadando a la playa de la que se hallaban como a una distancia de una legua y de no haber sido por la serenidad y valor de Francisco Alonso, marinero de la tripulación, habrían perecido. Viendo este joven el peligro que corrían todos de una muerte segura e inevitable, con una navaja, única herramienta que tenía, pues todas las pertenencias del buque estaban llenas de agua, cortó los cabos que sostenían la lancha, botándola en el mar.
Desgraciadamente cayó boca abajo, y solo a fuerza de trabajo lograron volverla, achicando el agua con los sombreros, pudiendo entrar en ella todos los náufragos, y por medio de dos remos llegaron a tierra, salvando al paso la vida de uno de ellos que se había lanzado al agua con el único auxilio de sus brazos.
Al poco de saberse en la ciudad de Málaga tan triste acontecimiento, marchó a El Palo Joaquín Manchón, pariente de uno de los desgraciados, recogiéndolos a todos y conduciéndolos a su casa, donde permanecieron alimentados y vestidos a su costa, excepto uno de ellos que fue conducido al hospital por estar herido.
Los alcaldes primero y segundo, la sanidad, el escribano de marina y una compañía de la tropa también fueron al punto de la catástrofe, quedando todos los náufragos altamente satisfechos y agradecidos de la actividad y buenas disposiciones adoptadas por los ediles, que se retiraron dejando la tropa para impedir cualquier exceso que pudiera ocurrir en las pocas pertenencias del barco que fueran arrastradas a la orilla.
Hechos de este tipo eran relativamente frecuentes y la heroicidad destacada y muchas veces premiada. En marzo de 1848 la reina Isabel II premio con una merecida condecoración al contramaestre francés Blanc Barthelemy, del puerto de Cherchel -ciudad costera situada a unos 90 kilómetros al oeste de Argel-, por salvar a los tripulantes de una embarcación de Torrevieja patroneada por Francisco Carcaño, hijo de uno de los marineros genoveses venidos desde Gibraltar a Torrevieja a comienzos del siglo XIX.
El parte oficial del suceso dice lo que sigue: «Ministerio de Marina. Excmo. Sr: Al señor ministro de Estado digo con esta fecha lo siguiente: Excmo. Sr: Esterada S. M. del servicio prestado por el contramaestre francés del puerto de Cherchel, Blanc Barthelemy. Que con el mayor valor y abnegación acudió al salvamento de 55 españoles que componían la tripulación y pasajeros del falucho español ‘La Victoria’, su patrón y propietario José Carcaño, de la matrícula de Torrevieja, naufragado en la entrada de aquel puerto el 18 de noviembre último [1847], logrando llevarlos a tierra, se ha dignado, de conformidad con el parecer de la suprimida Junta Directiva y Consultiva de la Armada, concederle por recompensa la Cruz de Distinción de Marina de Diadema Real.
Lo que digo a V. E. de Real Orden, en consecuencia de su comunicación del 21 de diciembre del año próximo pasado, acompañándole la cédula é insignias de dicha gracia, á fin de que sirva darles la dirección conveniente para que lleguen a poder del interesado.
De igual Real Orden le traslado á V. E. para su conocimiento, y como resultado del oficio del secretario de la mencionada junta suprimida de 4 de febrero último, núm. 219; añadiendo a V. E. que advirtiéndose que al opinar aquella corporación que se conceda á Blanc Barthelemy la Cruz de Distinción de Marina, se refiere el artículo 1º de un reglamento, que, aunque no lo expresa, parece ser el proyectado en el año de 1833, el cual, no obstante de hallarse impreso en el tomo 9º de las Reales Ordenes de Generalidad para Gobierno de la Armada, ni llegó á circularse, ni está mandado observar, según así se declaró por Real Orden de 11 de noviembre de 1844, quiere S. M. que en lo sucesivo se tenga presente para calificar el derecho de los que aspiren á la expresada Cruz de Distinción, que, como está declarada en citada Real Orden, no hay otro reglamento vigente para dicha condecoración que el establecido por la Real Orden de 8 de enero de 1817.
Dios guarde á V. S. muchos años. Madrid, 22 de marzo de 1848. Mariano Roca de Togores. Señor subdirector general de la Armada».
Las clases segunda y cuarta se destinaban a premiar los méritos en grado heroico. Las marinos particulares podían obtenerla, pero con la cinta con los colores dispuestos análogamente a los de la bandera mercante (canto amarillo-rojo-amarillo-rojo-canto amarillo). La Diadema Real continuó tal y como se creó hasta su sustitución en 1866 por la Orden del Mérito Naval.
Fuente: http://www.laverdad.es