La AVL analiza el uso del valenciano en las fiestas populares.
Detalle de los carteles en valenciano de la última falla de Na Jordana. BIEL ALIÑO
DANIEL BORRÁS / Valencia
Ha d’estar en Valencià / perquè escrit en castellà / perd valor i perd tipisme / i no es cosa, clar està / de fer més confusionisme. Estos viejos versos, que aparecen en el documental ‘El llibret de falla’, al hilo de la exposición celebrada en el Centro del Carmen durante el pasado mes de marzo, explican con atino (e ironía fallera) la estrecha relación entre la fiesta y la lengua valenciana. Porque aunque pueda parecer obvio, no siempre se trata con el rigor que merece: Las fiestas tienen una fuerte vinculación con el valenciano. Primero, porque era la lengua habitual de los que hacían fiesta y la disfrutaban; segundo, porque en época de restricciones (como la dictadura), el formato festivo camuflaba su uso.
Con la intención de reflexionar sobre el lenguaje y su relación con el mundo de la cultura, las tradiciones y las fiestas populares, la Acadèmia Valenciana de la Llengua organiza la ‘Jornada sobre Llengua i Cultura Popular Valencianes’ que el próximo uno de julio acogerá La Beneficència. La intención es hablar sobre el «lenguaje popular» que, según el académico JOSEP LLUÍS DOMÉNECH(Cronista Oficial), «nunca ha tenido atención social». «La sociedad no es consciente de la gran riqueza de nuestras fiestas, de las tradiciones populares, los oficios o la literatura popular», explica.
Josep Lacreu hablará de los diferentes niveles de lenguaje (del coloquial al estándar); Vicent Beltran sobre las variedades dialectales; Joaquim González sobre la literatura popular; Joan Seguí sobre los oficios; Sergi Gómez sobre las fiestas de moros y cristianos; y Àlvar Monferrer acerca de Hogueras y Gaiatas, entre otras ponencias y conferencias. Y habrá además una charla sobre fallas y lengua, a cargo de Josep Lluís Marín, miembro de l’Associació d’Estudis Fallers. Según explica, las jornadas son «un punto de partida» para más actividades porque «no existen apenas estudios al respecto».
Según Marín, las Fallas al principio adaptaron a su actividad un lenguaje que no era propio, «pero poco a poco se consolida y genera una estructura propia». Pone un ejemplo muy reciente, y muy curioso, de aportación léxica: la globotà, o la derivación sin pólvora de la clásica mascletà. Es una aportación inédita. Por cierto ¿cómo se traduciría mascletà? «Pues ahora que lo dices, sería difícil, porque mascletà no es fácil de trasladar al castellano…».
A pesar de este ejemplo, Marín considera que no hay tantos conceptos ‘intraducibles’ pero lo que sí ocurre «es que sonarían raros en castellano». «Es simple cambiar ninot por muñeco… pero no nos sonaría bien». A pesar de esta aparente relación sana entre la lengua y la fiesta, el experto advierte del riesgo de dejar el valenciano sólo para aspectos «rituales» y convertirlo en elemento folclórico. «Se asume que los carteles de las escenas en los monumentos o la poesía que explica la falla van en valenciano… pero con el saluda del presidente, por ejemplo, no siempre pasa».
Sí cree que existe «un relevo generacional» que promete cierto salto cualitativo en el mundo fallero. De inicio todo era distinto. «Piensa que las Fallas eran una fiesta que desarrollaba y consumía la clase media-baja, que todavía no existía la idea de ‘cultura de masas’ o la radio y la televisión, y que existía una suerte de industria de ocio en valenciano que funcionaba comercialmente, como los sainetes o las revistas satíricas». La falla contada en valenciano era absolutamente lógica.
Un aspecto importante para Marín es el del oficio del artista fallero y su terminología. «Ahora corre el riesgo de desaparecer con las nuevas tecnologías… apenas se dice, por ejemplo, tirar de cartró». ¿Algún reto más? «Por ejemplo, no he visto ningún mensaje en Twitter o Facebook en el que la Administración se exprese en valenciano», apunta. La alcaldesa de la ciudad, por ejemplo, habla en valenciano durante la Cridà… «pero es esa idea de ritual que te comentaba antes;falta realizar un uso cotidiano».
Fuente: http://www.elmundo.es